Acertadísima versión la que nos presenta Carlos Martín de Ricardo III en el Teatro Español. Está a la altura del texto, para muchos el mejor de todos los que firmó Shakespeare.


Ya sabíamos que Martín, director artístico del Teatro del Temple, tiene oficio, reconocimiento internacional y mucho callo montando clásicos. Pero además, su especialización en dirección audiovisual ha aportado a este montaje, Sueños y visiones del rey Ricardo III, una combinación de luces, proyecciones y sonidos que resulta envolvente, que aumenta la intensidad de la pieza y le confiere un halo de superproducción, lo que posiblemente constituya el mejor enfoque para los dramas históricos del bardo inglés, sobre todo en sus momentos bélicos, dramáticos y oníricos, ya que subraya su envergadura, y la ambición, épica y profundidad de los textos.


Un enfoque, este, que, en este caso, además se alía con la excelente dramaturgia de Sanchis Sinisterra, mito vivo del teatro español, compuesta a partir de un escenario doble al servicio de las intrigas de la trama, que las acentúa, y de una espléndida traducción del texto, que lo moderniza y se permite el tuteo, pero respeta muchos de los giros clásicos.


Por último, la credibilidad del elenco, que se percibe muy bien dirigido y en el que destacan las labores de Juan Diego, Terele Pávez, Ana Torrent y Lara Gruve, perfecciona definitivamente el montaje. Y es que, a pesar de que su nombre no se asocie automáticamente con los clásicos, Juan Diego, uno de los mayores actores españoles de todos los tiempos, cumple con las que, seguro, son las expectativas de todos, haciéndose, en una interpretación sin fisuras, con el papel protagonista, el del monarca que da nombre a la obra, que tuvo uno de los reinados más cortos de la historia británica (26 meses), que fue el último rey inglés en morir en plena batalla (en Bosworth, en 1485) y con quien terminó la dinastía del clan Plantagenet, tras tres siglos de dominio, y comenzó la de los Tudor. Diego se ha trabajado al personaje a lo Joker, acentuando su lado hipócrita, irónico, humorístico; el que más obsesionaba a Al Pacino en Looking for Richard III. Algo por lo que también optó, en su momento, Laurence Oliver, el actor que, sin duda, creó en el imaginario colectivo el prototipo de esta figura shakespeariana, aunque nuestro intérprete ha rebajado la solemnidad que le dio aquel al papel, y se ha alejado al mismo tiempo de la pátina de monstruo que imprimieron sobre el monarca Kevin Spacey o Ian McKellenen en aquella versión como líder nazi.


Juan Diego se preocupa también por enfatizar los defectos físicos con los que Shakespeare describió –según se dice, de forma exagerada- al monarca inglés, y el malestar de su conciencia, lo que da originalidad al montaje, haciéndolo especialmente psicológico. Unos defectos en los que el dramaturgo isabelino detectó la causa del carácter conspirador, asesino y hambriento de poder del rey, algo que interesó muchísimo a los teóricos del Psicoanálisis, así como otros detalles como la importancia que le concedía el autor a los sueños como manifestación de los problemas de conciencia.


Pero hay más denominadores comunes de la obra de Shakespeare presentes en Ricardo III, y algunas de aquellas estrategias que él seguía para hacer sus tramas tan entretenidas y absorbentes, algo de lo que tanto tienen que aprender muchos dramaturgos actuales, pues el elitismo y la falta de concesiones al espectador son grandes males de nuestro teatro. Así, aunque Ricardo III no está en el grupo de comedias de su autor (en el que se encuentran El sueño de una noche de verano o El mercader de Venecia), hay humor en esta pieza, sobre todo en los parlamentos del protagonista, y tiene la misión de aligerar las escenas más dramáticas. También, y a pesar de no tratarse de una de las tragedias del bardo (como Romeo y Julieta u Otelo), hay intrigas y discursos de amor, especialidad de la factoría Shakespeare, pues con palabras, Ricardo III seduce a Lady Ana, espléndidamente interpretada, en la versión que nos ocupa, por Lara Gruve, con un voz teatral y un gesto visceral muy trabajados.


Y en cuanto a lo que le da mayor valor a Ricardo III, su lectura política, de los abusos de poder, del cinismo de los discursos de las autoridades, de las ambiciones desmedidas y de la corrupción, es espeluznante su vigencia, cinco siglos más tarde; algo que, por cierto, ya nos recuerda House of cards, síntesis perfecta de este Shakespeare, Julio César y Macbeth. Es espeluznante porque, aunque en la época en la que se ambienta la obra rige una monarquía absoluta, contra cuyos vicios teorizaba también Hobbes en aquel momento, la escena de Ricardo III que más nos implica a los inquilinos del siglo XXI es esa en la que el sanguinario monarca engaña al pueblo con un discurso para obtener su simpatía. Todo parecido con la realidad actual no tiene nada de coincidencia.


Sueños y visiones de Ricardo III es un espléndido montaje sobre el texto más importante de Shakespeare. Es original al subrayar el estudio de la conciencia del sanguinario monarca protagonista, y en emular, con un juego audiovisual de proyecciones, luces y sonido, una súper producción, una gran idea para redondear la apoteosis de este clásico inmortal. El elenco está perfecto. Si solo pueden ir a ver una obra de las que están en cartel en Madrid, que sea esta.


Sueños y visiones de Ricardo III. Hasta el 28 de diciembre. Teatro Español de Madrid. www.teatroespanol.es


Foto: Sergio Parra.