Pablo Messiez, primero actor y pronto director y autor, discípulo de Daniel Veronese, es, junto con Claudio Tolcachir, nuestro dramaturgo argentino de referencia, aunque Messiez vive en España desde hace algunos años.


Tiene una carrera corta pero fructífera. No en vano, la Sala Mirador tuvo la buena idea de dedicarle el año pasado una retrospectiva, algo que no suele hacerse en el Teatro, y es una pena porque se aprende mucho viendo toda la producción de un autor en su conjunto.



Messiez es un autor muy personal, original, que piensa por sí mismo. Que experimenta, que crea con libertad. Y con acierto.


Los títulos de sus textos (como Los ojos o Muda), ya revelan su interés por los sentidos, aunque éstos siempre son, además, tratados acerca de otras cuestiones (por ejemplo, Los ojos habla de formas de ver pero también del destierro). Los brillantes empeños, tan deudora de Esperando a Godot, existencialista y simbólica a la vez, y que, tras estrenarse el año pasado en el Festival de Almagro, hasta el 7 de diciembre se representa en la madrileña sala Nave 73, hace un análisis sobre la fuerza del Lenguaje. Sobre si las cosas existen porque las nombramos. Sobre como las palabras pueden, por sí mismas, acariciar pero también hacer daño. Sobre cómo puede salvarnos la Literatura, en particular los clásicos, descubriéndonos sentimientos desconocidos y ayudándonos a desentrañar los que ya sentimos. Sobre cómo se puede buscar el sentido de la vida en los libros. La palabra ya había interesado al autor en otras piezas como Las palabras o la ya mencionada Muda.


Escénicamente, la obra se desarrolla en un gran espacio con muy pocos elementos, algo común en todos los montajes de su autor. Se trata de una casa desangelada, donde hay unas patatas para comer, una tinaja donde lavarse, algunos libros y seis hermanos con nombres rusos (Iván, Olga, Dimitriv), que, al quedar huérfanos, se han quedado también encerrados dentro, con sus recuerdos, sus deseos, su soledad, sus dudas y un calor opresor, asfixiante, metáfora de su desazón. Así, como suele ser habitual en las obras de Messiez, en un espacio conviven seres que buscan su lugar en el mundo, en este caso recitando de memoria e intentando aplicar a sus vidas textos de clásicos como Calderón de la Barca, Lope de Vega, Cervantes, Tirso de Molina o Teresa de Jesús, para que ejerzan de tabla de salvación, para que los ayuden a entenderse, y buscando en ellos un mundo exterior que desconocen, que no salen a explorar. Un mundo que para ellos simboliza la luna, que miran cada noche con embeleso e intriga.


Dan vida –y muy bien- a estos seis personajes los miembros de la compañía Grumelot, recitando a los clásicos con entonación y soltura, y dando la talla en una representación muy visceral y física.


Los brillantes empeños demuestran las inquietudes de Pablo Messiez como hombre de teatro, y demuestra que crece con cada una de sus obras. Es uno de los dramaturgos más interesantes en castellano.


Los brillantes empeños. Nave 73. Hasta el 7 de diciembre. www,nave73.es