Annie Ernaux, Premio Formentor 2019, arranca su carrera como escritora en 1974 con la publicación de Los armarios vacíos y llega, hasta el momento, hasta Memoria de chica (Cabaret Voltaire, 2016). Entre ambas una narrativa en la que la escritora ha desplegado una estética literaria basada en una escritura plana, sencilla, que ella misma reconoce carece de “poesía del recuerdo”. Porque surge de sus padres, por su ámbito social y el mundo al que pertenecían. Un marco vital que cala profundamente en Ernaux y, tras la muerte de su padre, cuando decide escribir, entiende que debe optar por ese tipo de escritura plana para evitar, como ha declarado durante la rueda de prensa del Premio Formentor, caer tanto en el populismo como en el miserabilismo.

Algo que se hace más que patente en Los años, de reciente publicación por Cabaret Voltaire, obra que Ernaux define como “total”, abarcando la segunda mitad del siglo XX en Francia. Una autobiografía impersonal -en palabras de Ernaux-, que supone un compendio de su narrativa. Ernaux mira al pasado de su país a partir de su experiencia de una manera brillante en cuanto a la manera en la que a través de fotografías y recuerdos retrata un itinerario social y político en el que se dan la mano tanto acontecimientos históricos como lo íntimo y lo personal. Una biografía insertada en la colectividad o una colectividad explicada a través de una biografía.

Los años, de Annie Ernaux

En su discurso de aceptación del Premio Fomentor, Ernaux ha comenzado cuestionándose la legitimidad del premio y, de paso, sobre la legitimidad de su propia narrativa. Idea que ha servido a la escritora gala para llevar a cabo una reflexión alrededor de su vida y de su obra, las cuáles se encuentra intrínsecamente unidas. “Todos somos seres atravesados por conflictos. El que me habita en la adolescencia, que es el que determina las actitudes ante la vida, ante el futuro, tiene como particularidad la interiorización de la división social del mundo, de la fractura económica y cultural entre las capas dominantes y dominadas de la población”.

Ernaux, que se ha definido como una escritora que escribiría incluso si no publicara, ha realizado en su discurso una brillante condensación de gran parte de los elementos característicos de su obra, con el fin de ahondar en la raíz de una escritura y de una obra que, finalmente, ha conducido a un premio, del cual, se siente orgullosa de haber logrado, aunque ha llamado la atención de las pocas mujeres que, anteriormente, han sido galardonadas por él.

Mujer y de clase social dominada, Ernaux, creció, por muy diferentes motivos, tanto sociales como íntimos, bajo un cierto sentido de vergüenza, cuando no de humillación, que aparece en sus novelas de manera constante y cuya raíz ha expresado durante su discurso de esta manera: “adopté una escritura violenta, como única manera de responder a la memoria de las humillaciones, de la vergüenza y de la vergüenza de la vergüenza, cuyo equivalente en el mundo real es la violencia efectiva tal como se ha expresado recientemente en Francia con los gilets jaunes, los «chalecos amarillos»”. Ernaux, que expresó públicamente su apoyo a los “chalecos amarillos”, ha explicado durante la rueda de prensa que fue criticada por ello, del mismo modo que ellos lo fueron porque no pertenecían a nada en particular, porque luchaban por unos derechos y unas mejoras sin necesidad de representar a partido o sindicato alguno. La imposibilidad de catalogarlos en alguna parte llevó a su rechazo. Algo que ella, en el pasado, tuvo también que lidiar, como ha confesado, cuando habló abiertamente de su aborto y de su complejidad emocional y fue atacada tanto por hombres como por sectores feministas.

Una conciencia de clase y de género que no ha abandonado y que, en última instancia, legitima su escritura y la necesidad de testimoniar, obra tras obra, el pasado, situándose ella en el epicentro para hablar de la Historia, del devenir francés desde la postguerra hasta nuestro presente, atendiendo al lenguaje de cada época, a su economía y política, a los avances y a los retrocesos. Esto es, observando y aprehendiendo todo y transformándola en una literatura que va más allá de etiquetas. De hecho, Ernaux ha rechazado durante la rueda de prensa cualquier tipo de catalogación de su narrativa: lo realmente interesante no es que sea ficción o no ficción, que tenga o no elementos autobiográficos, sino la incisión en el momento de su publicación en sus lectores coetáneos. Que ayuden a comprender su presente y su pasado, de ahí, según Ernaux, que algunas de sus obras comiencen a tener lectores jóvenes, especialmente mujeres, porque hay temas todavía por conquistar a la vez que un interés en conocer cómo era el pasado para aprender de él.

La mujer helada, de Annie Ernaux

En el secreto disgusto, la ira contenida, a la vez contra mí y contra ella que sentí en aquel momento, entendí el desvío, el desgarro entre mi ser de infancia y adolescencia, que habría tenido la misma reacción que mi madre, y el ser que había escogido el regalo según sus nuevos gustos. En ese intervalo, en ese punto intermedio es donde tenía que escribir, en esa distancia de una misma a una misma, en esa línea divisoria entre dos mundos. De aquella constatación surgió el rechazo de la ficción, de la novela, cuya posición dominante y entonces indiscutible me parecía la proyección en literatura de la dominación de las clases llamadas superiores. El «yo», el de mi sitio en el texto, solo podía ser verídico y concebido como un espacio de fusión entre lo íntimo y lo colectivo”.