El viaje, dirigida por Nick Hamm y escrita por Colin Bateman, tras su paso por el Festival de Venecia, con una más que compresible fría acogida, y de su estreno en Reino Unido, desató algunas polémicas debido a la adecuación o no de su historia a lo acontecido en la realidad. Profesores de historia y de política, académicos, expertos en política, denunciaron en varios medios la falsedad de lo expuesto. En la película se narra el viaje que realizaron Ian Paisley (Timothy Spall) y Martin McGuinness (Colm Meaney), el primero representante de los unionistas irlandeses del Ulster, el segundo ex miembro del IRA y segundo del Sin Fenn, y que acabaron, tras ese viaje, siendo primer ministro y viceministro de Irlanda del Norte, respectivamente, y, al parecer, amigos íntimos superadas sus (grandes) diferencias.

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Los responsables de la película han asegurado que, desde ambas partes, se confirmó que ese viaje existió y, por tanto, a partir de ahí, se propusieron realizar una especulación dramatizada, esto es, una ficción, alrededor de lo que pudo acontecer durante las horas que ambos hombres fueron en coche hacia el aeropuerto. La idea era concretar y concentrar en ese espacio y en ese tiempo fílmico las dos caras de una guerra civil de más de cuarenta años. No se trata, por tanto, de una reconstrucción fidedigna de las conversaciones, sino de una representación a partir de la cual exponer los problemas entre ellos, sus diferencias, sus puntos de encuentro, hasta el momento en que llegaron a un acuerdo que fue el inicio de una colaboración que tuvo durante su gobierno su continuación. A la par, usar esas circunstancias para ir elaborando un juego dialéctico, basado antes en el guion que en el terreno visual, de gran pobreza, que evidencie que ambos hombres tienen su razón en sus exposiciones  y posiciones. Y que deben hallar ese espacio de encuentro que siempre existe dentro de la diferencia.

El problema de El viaje reside no en su adecuación o no a la realidad sino en que la ficción cinematográfica que presenta adolece de intensidad e ingenio visual. Si bien tanto Spall como Meaney construyen dos personajes muy bien perfilados y los diálogos poseen fuerza e inteligencia, la película acaba derivando en una sucesión de secuencias solo rotas por detenciones puntuales del viaje y las conversaciones que mantiene Harry Patterson (John Hurt), antiguo miembro del MI5, y el chófer que conduce a los dos políticos. Todo queda un poco teatralizado en el sentido de inmovilidad, de abusar de los primeros planos y confiar en todo momento a los actores y al guion la fuerza para sacar hacia delante la película. Y eso que al comienzo surgen buenos momentos en cuanto a la puesta en escena, sencillos pero efectivos, para definir a cada personaje. Sin embargo, después, la sensación es de una historia que avanza con el objetivo de llegar a un final que dote de sentido al todo, olvidando que, teniendo además en cuenta el título y la idea base de la película, lo importante en realidad se encuentra en el itinerario, en lo que va creando para que, llegado el final, cobre mucho más sentido.

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Pero a pesar de sus defectos, y que algunos personajes resultan caricaturescos en exceso –por ejemplo, lo de Tony Blair resulta vergonzoso-, El viaje posee el interés de usar la ficción para incidir en la realidad, para hablar de unos sucesos desde una perspectiva que no pretende que los hechos aparezcan en pantalla como fueron de manera exacta, dado que, además, estaríamos entrando en el farragoso terreno de la subjetividad y la objetividad histórica, sino en representar la esencia de unas conversaciones entre dos hombres cuyo entendimiento final trajo la paz a Irlanda del Norte.