
Master Chef, por su parte, cada día se parece más al antiguo correccional para niños díscolos o descarriados que a una academia/concurso de cocina. ¡Si sólo falta que abofeteen a los chicos en directo! Porque todo lo demás ya ocurre: broncas, befas, humillaciones, desplantes... Vamos que aquello parece la primera parte de "La Chaqueta Metálica". ¿Se educa de esta manera ahora, o es que esta gente ha adoptado un método importado de las viejas academias chinas de canto y baile? Las caras supuestamente dramáticas que pone en ocasiones la Vallejo-Nájera (no, su apellido nada tiene que ver) calcan el rictus de la vileza.
Lo anterior no es posible en el día a día de los aprendices del cura Lezama, o de ese hotel de lujo en el que se van a hacer cien servicios diarios de 100€ de media, o las largas horas de charla y discusión -inventando y probando- en las tibias mañanas de vacación de Aduriz, Paniego o Sandoval, por ejemplo. Sí, que vayan echando los telones esos teatritos de mentira y escaparates de exposición de productos, marcas y personas en venta.
La noche del miércoles pasado, Jose, alumno de una escuela de hostelería discreta, que hace unas horas de práctica y trabajo en El Colmao de Chema de la calle Alburquerque, de Madrid, nos preparó a un grupo de familiares y amigos, a su manera, y según nuestro aire, el siguiente picoteo a modo de cena: una longaniza, sobre su madera junto a un cuchillo largo y recién repasado por el afilador, una bolsa de panecillos livianos y crujientes, una botella de tinto de Montsant joven y buenísimo; dos ensaladas de tomate rosa con ventresca de atún regadas con oliva virgen de arbequina de Les Borges, liga de pato con fuet deliciosa, habitas con jamón, algunas copas de verdejo y agua; de remate un postre mínimo a base de dos tartaletas de queso con higo y una mermelada de mango.
Este chico se esfuerza como un galeote, y cuando no acierta nadie le escupe: la mayoría le ayuda a mejorar. Y siempre sonríe, aunque en ocasiones casi no llegue a tiempo de tomar el último metro.