- “¿Los dos son verdes?”

- “No. El tiranosaurio se piensa que era marrón, pero no va por ahí el tema”

- “¿Los dos se extinguieron?

- “Graciosillo, ja, ja... pero tampoco.

- …

Y así podríamos seguir. Siempre pensamos que el concepto de lo que defiende la ecología es algo muy reciente en la historia de la humanidad y que surge a partir de la observación de los problemas que causa el ser humano en el planeta. Esto es cierto. Pero la aplicación de las medidas que propone la ecología para eliminar o mitigar esos efectos perjudiciales para el planeta se aplican desde el comienzo de la historia.

Los seres humanos, desde los tiempos más remotos, cultivaban sus tierras o vivían de la naturaleza sin esquilmarlas, no por un concepto ecologista, sino por algo muy práctico: por supervivencia. No se debe destruir lo que te puede dar de comer mañana y si vives en equilibrio con la naturaleza, podrás vivir sin muchos problemas. Cualquier antepasado nuestro desde las cavernas ya lo aplicaba, quizá sin saberlo, pero lo aplicaba. También es cierto que éramos tan pocos en el planeta que nuestro impacto se recuperaba pronto.

Hemos aplicado la reutilización de las cosas que hemos creado desde el inicio, también sin saber que era algo ligado a la ecología, sino por algo tan simple que nuestros abuelos nos lo decían: “Nada se tira, todo se aprovecha”. Un hueso de un animal muerto y comido se convertía en una herramienta, sin más.

El aprovechamiento de la energía para aplicarla de la mejor forma posible, lo que hoy llamamos eficiencia energética, era la clave. Los seres más corpulentos basaban su esfuerzo en la caza en el efecto sorpresa y la fuerza, pero aguantaban mal una carrera larga. Por el contrario, los más ligeros basaban su ventaja en agotar al adversario o su pieza hasta poder atraparlo o golpearlo de forma sencilla.

Incluso lo que ahora llamamos reciclaje de materiales ya se empleaba desde la edad de los metales donde aprendimos a volver a fundir un metal de tal forma que era más cómodo que sacarlo del mineral. Aprovechar los restos vegetales para camas, hacer calzado y multitud de objetos y aplicaciones era lo lógico y estaba en esa línea.

Muy bien, pero... ¿y el tiranosaurio? Ese no hacía calzado, fundía metales o creaba herramientas de huesos. Es cierto, pero aplicaba los criterios de la ecología más moderna sin saberlo ellos y sin saberlo nosotros hasta épocas muy recientes de investigación.

Un estudio reciente publicado en la revista PLOS ONE, nos avanza algo en este sentido. Partimos de la idea de que la velocidad de una especie es clave para su supervivencia, tanto para cazar como para escapar. Si no eras rápido, lo tenías muy mal. Rapidez era sinónimo de eficacia.  Pero no para todos por igual, los más débiles para escapar y sus depredadores para atraparlos. Pero los grandes animales no necesitaban escapar. Hace 66 millones de años, nuestro amigo el Tyrannosaurus rex quer quizá sea el depredador más popular de la historia, le bastaba con andar y emplear su fuerza para agarrar a sus presas.

Este depredador buscaba comida la mitad del día, de forma lenta, perseverante y empleando sus patas de cuatro metros para agarrar sus presas. De esta manera ahorraba mucha energía, empleaba tiempo pero de una forma muy eficaz. No había pieza del Cretácico que se escapaba. “Era un excelente andador y un gran testarudo. Su modo de caza era como una maratón, no un esprint”, nos dice Alexander Dececchi, uno de los autores del trabajo e investigador de la División de Ciencias Naturales del Mount Marty College en Estados Unidos.

El tiranosaurio pesaba 9.000 kilogramos y podía medir de media 13 metros, todo un monstruo de matar. Tenía un cráneo de metro y medio. Destacaba, y eso lo hemos sabido recientemente, por ser un gran ahorrador de energía. Los estudios publicados nos dicen que era un 10% más eficiente que los demás, pese a ser mucho más grande y pesado.

Comparado con otros dinosaurios que eran más pequeños y veloces, los cuales aprovechaban su velocidad para cazar y escapar, el pesado Tyrannosaurus rex tenía una mayor resistencia gracias a sus patas.

Los investigadores de este estudio midieron la longitud de las patas y la altura de la cadera para calcular la velocidad máxima de cada animal y su gasto energético gracias a una gran diversidad de datos de más de 70 especies de terópodos. Crearon una hipótesis muy razonable: los tiranosaurios adultos recorrían 18 kilómetros por día (6.500 kilómetros por año) en busca de su comida y empleando una velocidad de dos metros por segundo. Esto nos lleva a calcular que los episodios de alimentación duraban dos horas y media aunque pasaran un total de 12 horas paseando por el territorio sin prisa. Su clave era limitarse a dar una zancada tras otra, con calma, hasta cansar a su presa. También hay que decir que una zancada de este medía 3,6 metros si lo hacía lentamente.

Pero quizá la mejor muestra de esa eficiencia energética estaba en su larga vida en comparación con sus primos dinosaurios. Nuestro amigo vivía hasta 30 años, alargando su supervivencia cada año entre tres a seis días por año gracias a su economía energética diaria. Todo esto es una gran ventaja si no encuentras tu comida necesaria, unos 200 kilogramos de carne por día.

Eficiencia energética, eficacia con su músculos, gasto energético mínimo posible... todo un ecologista, sin saberlo.