Las nanopartículas de dióxido de titanio (TiO2) están en muchos objetos cotidianos, ya que es uno de los pigmentos blancos más fáciles y baratos de emplear en la industria. Lo podemos encontrar en pintura de paredes y tintes de ropa, pero también en productos que ingerimos, como dentífricos, cremas (especialmente las solares, en las que también actúa como bloqueante de la radiación ultravioleta) y en alimentos, en los que aparece catalogado como colorante: E-171.

Este colorante hace que los productos envasados como la mayonesa de bote no se pongan amarillos, algo que no gustaría al consumidor, o también que dulces, pasteles, chicles y chucherías tengan un blanco inmaculado que relacionamos con la nata. Sin embargo, hay un debate con el E-171 desde que ANSES, la Agencia Francesa de Seguridad Alimentaria, determinara que su inocuidad no estaba probada. Supuestamente para 2020 este colorante tendría que haber desaparecido del mercado francés.

La principal preocupación está en una serie de ensayos en laboratorios en los que la exposición a estas nanopartículas de TiO2 puso en peligro la salud de varios ratones. En enero de 2017, un estudio reveló que el 40% de los roedores que consumieron oralmente este aditivo vieron afectado su estado de salud, en especial su sistema inmune y de su intestino. En este último detectaron lesiones precancerosas, en el intestino grueso y en el colon.

Ahora, un trabajo publicado en Frontiers in Nutrition ha vuelto a encender este debate. Este estudio, realizado por la Universidad de Sídney, Australia, se centró en evaluar el impacto del E-171 sobre la microbiota intestinal. Los científicos australianos querían simular los efectos a “largo plazo” que tendría la acumulación de estas nanopartículas en un organismo, algo que podría pasar actualmente por el “incremento de su consumo en la última década”.

“Nuestros resultados mostraron que el dióxido de titanio interactúa con las bacterias intestinales e interfiere en algunas de sus funciones, lo que puede conducir a desarrollar enfermedades”, explica Lawrence Macia, inmunólogo y autor del estudio. “Las nanopartículas no cambiaron la composición de la microbiota, pero sí alteraron la actividad bacteriana y condujeron a que se apelmazaran formando un biofilm que provocó inflamación en los ratones. Este fenómeno se relaciona con el riesgo de desarrollar Síndrome de Intestino Irritable (CII) y cáncer colorrectal”.

En 2009 la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por las siglas en inglés) aprobó el E-171 para consumo como aditivo alimentario. Según explica en su cuenta de Twitter Miguel Ángel Lurueña, tecnólogo de los alimentos, la agencia europea volvió a investigarlo en 2016 y en 2018, concluyendo que en las dosis autorizadas las nanopartículas de dióxido de titanio no causaban ningún daño al ADN ni aumentaban el riesgo de padecer cáncer.

Según las últimas investigaciones, la ANSES francesa estableció que las incertidumbres en los resultados de las pruebas con roedores evidenciaban que había que prohibir el E-171, pero la EFSA europea ha considerado esta medida como “precipitada”, porque en las dosis en las que se permite su consumo, se ha comprobado que el aditivo es seguro. En cuanto a los efectos a largo plazo, se remiten a los estudios ya en curso.