Tantas y tantas quejas y protestas de todos los independentistas por la aplicación del artículo 155 de la Constitución, y ahora resulta que han sido los mismos independentistas quienes han cerrado a cal y canto el Parlamento de Cataluña, dándose unas largas vacaciones de más de dos meses y medio, como si todavía fuesen escolares. Han anunciado que no regresarán a las actividades parlamentarias hasta el próximo día 1 de octubre, como hacíamos quienes éramos escolares en aquellos lejanos tiempos del franquismo, cuando el curso académico se iniciaba siempre después de aquella fecha, en la que se celebraba el Día del Caudillo.

A la espera, pues, de que pase el otrora llamado Día del Caudillo -aunque es de esperar que ahora no sea celebrado-, los grupos independentistas con representación parlamentaria andan a la greña, en una guerra cada vez menos sorda y más evidente. Las CUP siguen a la suya, al igual que la ANC y los CDR. ERC se resiste como puede a volver a la ya fracasada opción unilateralista, por la que ha pagado un coste muy superior a cualquier otro grupo secesionista, con Oriol Junqueras, Carme Forcadell, Raül Romeva y Dolors Bassa todavía en prisión preventiva y con Marta Rovira huida en Suiza. Regresado ya a Bélgica, en su particular Waterloo, Carles Puigdemont sigue moviendo todos los hilos de un Gobierno de la Generalitat encabezado, que no presidido, por su vicario Quim Torra.

Más allá de las opciones estratégicas cada vez más diferenciadas entre una ERC que parece apostar por un regreso al pragmatismo político y un JxCat que, como si de las CUP se tratase, pretende seguir manteniendo aquello de “jugar al póker y hacerlo de farol” (Clara Ponsatí dixit), las cada vez más evidentes tensiones entre independentistas se han convertido ya en públicas y notorias con la OPA hostil que Puigdemont ha lanzado contra el PDECat, lo poco que quedaba ya de la histórica CDC pujolista. La fulminante decapitación de Marta Pascal, la coronación de una insustancial Míriam Nogueras como nueva figura emergente y la parece que ya irreversible disolución del PDECat para pasar a formar parte de la populista Crida per la República (CPR) bajo el caudillaje indiscutido e indiscutible de Puigdemont, con ribetes peronistas indisimulados, son datos que configuran un mapa de pura y dura confrontación política, y por tanto electoral, entre los “legitimistas” defensores del unilateralismo como única vía posible, con el huido Puigdemont como único caudillo, y aquellos que, desde ERC y con su líder Oriol Junqueras todavía en prisión preventiva, desean regresar al terreno político del pragmatismo posibilista, abandonando cualquier pulsión aventurista, que saben que está de antemano condenada al fracaso. No son solo ellos quienes piensan así, ya que comparten su opción un buen número de dirigentes y militantes del PDECat, así como muchos de quienes han dejado de militar en esta formación postconvergente.

TV3 -y al referirme a ella lo haga extensivamente al conjunto de la CCMA- ha sido y es la piedra angular de todo el movimiento independentista

Donde con mayor crudeza se ha visto esta confrontación entre JXCat y ERC ha sido en el flagrante incumplimiento de una parte sustancial de su acuerdo de legislatura, el relativo al vergonzoso pacto por el que ambos grupos acordaron repartirse los principales cargos directos de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA), el ente público del que dependen todas las emisoras de radio y televisión de la Generalitat, sus portales digitales y la Agència Catalana de Notícies (ACN). Dicho acuerdo, en abierta y escandalosa contradicción con lo que el Parlamento catalán había aprobado con un muy amplio consenso, comportaba que el nuevo presidente de la CCMA y el nuevo director de TV3 serían designados por ERC, mientras que JXCat se reservaba para sí la designación del vicepresidente del ente y el director de Catalunya Ràdio, con un reparto, también entre ambos partidos, de otros cargos menores, como las direcciones de informativos de las radios y televisiones, así como de la dirección de la ya antes citada ACN. Con el Parlamento de vacaciones, la renovación de la CCMA, y en especial la de su consejo de gobierno, queda también aplazada, aunque el enfrentamiento entre JXCat y ERC es ahora ya algo vergonzosamente público.

TV3 -y al referirme a ella lo haga extensivamente al conjunto de la CCMA- ha sido y es la piedra angular de todo el movimiento independentista. De su relato y de su capacidad de creación, en amplios sectores de la sociedad catalana, de un imaginario colectivo basado exclusivamente en virtualidades que poco o nada tienen que ver con la realidad objetiva de Cataluña, tanto histórica como contemporánea. Se lo dije personalmente y en privado a Jordi Pujol cuando me preguntó, hace ya algunos años, qué quedaría de su legado político, tras haber presidido la Generalitat durante casi un cuarto de siglo. “Quedará TV3 y solo TV3”, le respondí ante sus evidentes muestras de perplejidad. Porque, desde sus mismos inicios, cuando el entonces todopoderoso secretario general de Presidencia Lluís Prenafeta puso en marcha aquel proyecto de radiotelevisión de la Generalitat sin contar siquiera con el Parlamento hasta muy poco antes del inicio de las emisiones radiofónicas y televisivas ya a finales de 1983, TV3, y con ella también Catalunya Ràdio, fue concebida e implementasa como una auténtica “estructura de Estado” -la única realmente creada desde el restablecimiento de la Generalitat- y con el claro objetivo político, más allá del necesario e imprescindible de normalizar la lengua y la cultura catalanas, de sentar las bases sólidas de un relato irreal, de un país imaginario y de un lenguaje manipulado y manipulador.

Algo sé yo de todo aquello, ya que no en balde fui elegido como miembro del consejo de administración de la CCRTV, antecesora de la actual CCMA, y ejercí dicho cargo durante más de trece años y medio, desde mediados de junio de 1983 hasta finales de diciembre de 1996, cuando dimití tras haber mEsanifestado de forma pública y muy reiterada mis críticas tanto sobre la gestión económica como sobre todo acerca de la instrumentalización y apropiación partidista y sectaria de unos medios de comunicación que, por su misma condición de públicos, deberían estar siempre al servicio del conjunto de la ciudadanía de Cataluña.

Está claro que Carles Puigdemont, periodista al fin y al cabo, no está dispuesto a desprenderse de la joya de la corona de la Generalitat, que esto es TV3. Para él, TV3 es y será siempre su nada oscuro objeto del deseo. Y hasta que no deje de dominarlo a su antojo, imponiendo “manu militari” un único discurso político, vetando a todas las opiniones discrepantes y haciendo que le presenten como el único caudillo indiscutido e indiscutible de todos los catalanes, el grave conflicto político, social, institucional y sobre todo convivencial que existe en Cataluña no tendrá la más mínima posibilidad de solución.