La pasada semana se conmemoraba el Día mundial contra la trata. Ese día, y tal vez a lo largo de toda la semana, se habló del tema, se organizaron campañas, se movieron las redes sociales y se enviaron mensajes de apoyo por tierra, mar y aire. Todo muy encomiable. Hoy, sin embargo, tras unos días, todo parece haberse olvidado. Como si no existiera.

Pero nada de eso. La trata existe y afecta a un gran número de personas, fundamentalmente mujeres, niñas y niños. Y tiene mucha más relación con nuestro modo de vida de lo que sabemos, o, mejor dicho, de lo queremos admitir.

Como decía, cada año, miles de personas son sometidas a ese horror diario que es la trata de personas. Gran parte de ellas, mujeres, y en un porcentaje muy elevado, con fines de explotación sexual. Es decir, que ese sucio y lucrativo negocio que es la prostitución se nutre fundamentalmente de mujeres que se compran y se venden como objetos sin que ellas mismas puedan hacer nada. Una verdadera obscenidad, en el más literal de los sentidos del término.

La trata está ahí, al lado de nuestra cómoda realidad, aunque no la queramos ver. Aunque resulte molesto a nuestra zona de confort, mujeres víctimas de trata sufren su infierno en rotondas de carreteras o polígonos por los que pasamos a diario, o por locales a unos pocos kilómetros de nuestras casas. Y miramos sin ver, porque preferimos seguir creyendo en la fábula de Pretty Woman que en una realidad terrible.

La trata de personas es una de las peores tragedias de nuestra época, aunque la verdadera tragedia es la indiferencia ante algo tan evidente. Pero no pensemos que es solo cosa de políticos. No hay negocio sin clientes, y la prostitución que se alimenta de la trata es un negocio millonario para el que no faltan clientes. Cada día de cada año, siguen demandándose servicios de mujeres prostituidas sin plantearse siquiera por qué están ahí.

No puede ignorarse esta realidad. Sería como ignorar la existencia de un esclavo a pesar de ver los grilletes y cadenas que lo sujetan a su amo. Y, aunque en este caso las cadenas no se ven, no son invisibles. O, al menos no deberían serlo

Contra la trata debe lucharse todos los días del año, y no solo uno. Espero que el próximo 30 de julio no tenga que volver a escribir lo mismo