Enzarzados como estamos en las pugnas más estúpidas: el árbol de Navidad más alto, la mayor iluminación urbana navideña, la mejor oferta de eventos callejeros, etcétera, las ciudades están a reventar, especialmente, en sus centros históricos. Las autoridades se ven obligadas a tomar decisiones impopulares, pero necesarias, como ha ocurrido en Madrid durante el puente de la Constitución con el cierre de las estaciones de metro de Sol y Gran Vía entre las 19,00 y las 21,00.

Medidas restrictivas de esa libertad de "consumir hasta morir" que el capitalismo iliberal se ha encargado de inocularnos, al mismo tiempo que nos asusta con el repertorio más completo de falsedades y bulos sobre todos los temas que importan, como el calentamiento global, la falta de agua por las sequías crónicas o el retroceso de derechos sociales que se tenían por consolidados.

Instalados en una cultura del exceso permanente que invade todos los ámbitos: desde la política a la economía, pasando por el ocio y el consumo. Nuestra sociedad está cada día más polarizada, más fanatizada incluso en los temas triviales. La ultraderecha, fiel a su extremismo, contagia sus filias y fobias a la derecha tradicional y ésta la emula para no quedarse atrás.

Ya no basta con ocurrencias que se hagan virales de vez en cuando, ahora se lucha por ser lo más viral a diario, aunque sea al precio de burradas y despropósitos en sesión contínua. Pero, cambiemos de tercio y no vayamos a pecar de trascendentes, que estamos a las puertas de las fiestas navideñas .

La cultura del exceso de la que venimos hablando ha invadido los espacios más íntimos, familiares y personales como es el de las bodas. Ahora hay preboda, boda y postboda. Las barras libres de las sobremesas nupciales que, en décadas pasadas, eran contratadas por tres o cuatro horas, ahora se consideran una ratería impresentable si bajan de las cinco o seis.

Algo similar ocurre con el ocio diurno y nocturno. Tras la comida familiar o entre amigos, viene el tardeo o terraceo que empalma con la noche y la madrugada y menos mal que siempre amanece. Nadie quiere ser el primero en retirarse para mantener el aura de divertido y nunca aburrido.

A la hora de consumir, la tendencia es comprar prendas online de tres en tres y devolver una o dos, sin importar caer en la adicción a las compras compulsivas o perjudicar nuestro ecosistema por el despilfarro de papel y cartón. 

En este "carpe diem" perpetuo en el que nos hemos embarcado tras el susto de la pandemia nadie quiere ser el último por loca e idiota que sea la carrera o el reto dominante en las redes sociales. Ser el más mamarracho o mamarracha en una despedida de soltería ahora tiene un toque de distinción. Ya no basta con un tatuaje más o menos discreto, lo que mola es ser el más tatuado, aunque la cartera salga demolida del "tatoo center"

Abandonar el espasmo de la insatisfacción permanente resulta difícil, pero es imprescindible para una buena salud mental individual y colectiva. Nuestra economía lo agradecerá y el planeta también.