En teoría, el argumento básico se refiere a las cuestiones económicas lo que tendría toda la lógica del mundo pues no hay asunto más acuciante que la crisis y el debate sobre las políticas más adecuadas para superarla.

Sin embargo este peliagudo asunto no ha pasado de una invocación superficial y rutinaria sobre la que el PSOE ha pasado sobre ascuas y el PP lo ha limitado a reiterar la terrible cifra de paro situado en las proximidades de los cinco millones y a algunas pinceladas puntuales y oportunistas como el IVA turístico o el apoyo a los emprendedores.

A los ciudadanos se nos ha hurtado un debate económico serio puesto que no hay diálogo ni pelea si uno no quiere.

Está claro que Mariano Rajoy no ofrece de una forma ordenada, seria  y coherente cuál es su programa al respecto. Bien porque no lo tiene o bien porque lo oculta.

Mi hipótesis es que el presidente del Partido Popular oculta su alternativa porque no  hay tal alternativa, porque si llega a la Moncloa actuaría más o menos como lo está haciendo José Luis Rodríguez Zapatero.

Me ha sorprendido que en la entrevista que ayer le hiciera Carles Francino en la Ser, Mariano Rajoy, a diferencia de las vehementes proclamas de sus alfiles, peones y caballos que exigen un adelanto electoral si el PSOE se estrella, se atrincheraba en la galaica indefinición.

Aseguró el gallego que él ya había pedido muchas veces que Rodríguez Zapatero se marche pero que no va a insistir en ello tras el resultado electoral.

Uno puede deducir razonablemente que en el fondo al presidente del PP no le interesa tal adelanto en espera de que el jefe del Ejecutivo culmine sus recortes y las reformas más comprometidas.

Mariano Rajoy quiere llegar a la Moncloa limpio de polvo y paja, exhibiendo la mejor de sus sonrisas, en espera de recoger lo sembrado por su antecesor. Es lo que hizo José María Aznar tras la tarea realizada por Pedro Solbes en el último Gobierno de Felipe González.

Lamento que se hurte este debate a los ciudadanos a los que se les reduce a la condición de menores de edad. Parece que los partidos han redescubierto el despotismo ilustrado: “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”.

Es triste que la campaña transcurra con apelaciones al miedo al adversario en lugar de centrarlo en la idoneidad de las ofertas de cada uno. El miedo no debería tener lugar tras más de tres décadas de exitosa democracia.

Apelar al voto del miedo es como decir: “Si yo soy malo, tu eres peor”, lo que no deja de manifestar cierto deterioro democrático.

José García Abad es periodista y analista político