El neuropsiquiatra francés Boris Cyrulnik popularizó a finales del siglo pasado el concepto de “resiliencia”. Este prestigioso investigador ha dedicado su vida profesional y su trabajo al tratamiento de niños traumatizados (por guerras, abusos, campos de concentración, maltratos, explotación...); y en ese contexto percibía con claridad que, ante las mismas circunstancias de extrema dureza, unos niños se vienen abajo para el resto de su vida, y otros, sorprendentemente, consiguen superar el dolor e, incluso, salir fortalecidos de las situaciones más inimaginables. Él mismo vivió la pérdida de sus propios padres en un campo de concentración nazi.

Resiliencia es la capacidad de hacer frente a las adversidades de la vida y transformar el dolor en fuerza motriz para superar el trauma y salir adelante. Una persona, un grupo humano, una sociedad son resilientes cuando han pasado por experiencias traumáticas, duras, críticas, pero han sabido o podido utilizar su fuerza psicológica para sobreponerse, y, además, aprender de la experiencia. Una persona resiliente, dice el investigador, ha comprendido que es el arquitecto de su propia alegría y de su propio destino. Es, en realidad, una de las mayores grandezas de la condición humana.

Me ha venido a la mente esta palabra a partir del día 23 y tras conocer el resultado de las Elecciones generales. Tras tanto vaticinio negativo para los progresistas, y tras una campaña feroz de la derecha y la extrema (que muchos dicen que tanto monta) en la que los bulos, las mentiras, las maldades, las burlas, el odio, la inquina, la infamia contra Sánchez (que sería la misma contra cualquier otro que quiera trabajar por el bien común y por el avance de este país), no han conseguido sus propósitos.

La sociedad española ha sido resiliente; resiliente e inteligente. Los españoles hemos demostrado que no se nos manipula con tanta facilidad como ellos creen, que no somos tan “tontos” como presuponen, y que no tragamos con todo, por más que muchas veces y en muchas circunstancias lo puede parecer. Ha sabido reaccionar ante el peligro extremo que supone un gobierno de extrema derecha, tras cuarenta años desde el final de la dictadura. A pesar de la gran abstención, la mayoría progresista ha dicho NO a ese retorno. Ha dicho NO a una derecha neofascista, a unos nuevos dictadores que utilizan los propios mecanismos de la democracia para obstruirla, deformarla y aniquilarla.

Muy resilientes, y enormemente pacientes, han sido en este último mes y, en realidad, desde hace años, los presidentes Sánchez y Zapatero. Dos buenas personas, dos grandes demócratas, y dos excelentes políticos que siempre se han movido por el progreso y por el bien de todos los españoles. Y, como dice el psicólogo e investigador de Harvard Robert Gardner, hay que ser buena persona para ser un buen profesional, en cualquier ámbito.                                                                                            

Ambos, Sánchez y Zapatero, han sido víctimas, y todos hemos sido testigos, de una persecución, política y personal, inaudita, feroz e implacable. Lo de Zapatero era de juzgado de guardia. Cualquiera que siguiera mínimamente la actualidad percibía una cacería contra él que rebasaba cualquier límite imaginable. Exactamente lo mismo o muy parecido está ocurriendo con Sánchez, desde el minuto uno en el que fue nombrado presidente. Por no hablar de lo ocurrido con Podemos. El terrorismo informativo, por parte de los medios de la derecha, contra ellos, contra Sánchez y contra el gobierno de coalición ha sido de película de terror. Y los apelativos, para ser recordados por las siguientes generaciones como ejemplos de lo que es capaz la derecha: gobierno comunista, bolivarianos, filoetarras… vergonzoso; algunos lo llaman terrorismo de Estado.

En ese contexto, hay que tener agallas para soportar acosos de ese calibre. No hablamos de ninguna oposición política, hablamos de maldad extrema, de situaciones absolutamente psicopáticas que reflejan lo peor de los peores seres humanos. Los de la derecha son capaces de lo que sea para conseguir el poder. Ahí está el transfuguismo, y cómo han conseguido gobiernos comprando a tránsfugas, sin ningún escrúpulo, sin conciencia y sin ningún remordimiento. Recordemos el “Tamayazo” de 2003 en la Comunidad de Madrid.

Ambos, Sánchez y Zapatero, han demostrado que hay resultados cuando se desenmascara la inmoralidad y la malignidad, cuando se desenmascaran y se les hace frente. Con rotundidad, pero con buena educación y con la verdad por delante, ambos han puesto nombre a bulos, mentiras, falsedades vertidas por la derecha. Estoy convencida de que ésa es la actitud. No se pueden permitir bulos ni falsedades, ni manipulaciones ni tanto engaño. Hay que hablar claro a la sociedad. Contra la maldad el evadirse no sirve; hay que hacerle frente, y dejarla en evidencia. Es el único camino para defenderse de la perversidad. Y, por otro lado, los intolerantes no merecen ninguna tolerancia, porque, parafraseando al escritor alemán Thomas Mann, la tolerancia es un crimen cuando se tolera la maldad.

Gracias, Zapatero y Sánchez, por ayudar a este país a poner freno al fascismo, y por convertirle en un país un poco más despierto y más resiliente. Por favor, tomen nota de que contra la astucia y la malignidad la tolerancia es contraproducente.

Vuelvo a recomendar una lectura obligada para conocer el mal y poder defenderse; en política, y en cualquier ámbito de la vida, pública o personal: Sin conciencia, Robert D.Hare, Paidós, Colección Esenciales de Psicología. Reedición 2023.