Hace unas pocas semanas hice un pequeño viaje al Parque Natural de Doñana, uno de los espacios naturales supuestamente más protegidos del territorio español. No me resulta nada fácil transmitir las sensaciones que esta visita me produjo: por un lado maravillada ante la sobriedad y la belleza de la naturaleza en aquella maravillosa tierra andaluza, pero, por otro lado, me volví a casa con una agria sensación de tristeza y de impotencia. Nunca había percibido algo parecido. Era como una naturaleza muerta, silenciosa, detenida en el tiempo.

Los acuíferos estaban totalmente secos, la tierra seca y muy ajada; no se veían aves, ni insectos, ni se oía nada de nada. Era como un campo que no era campo. Sin el trino ni el gorjeo de ningún pájaro, ni grillos, sin mariposas ni gorriones, la sensación era muy extraña; como visitar el decorado de una película en unos estudios de cine. Era como algo artificial que al principio no captaba, hasta que me di cuenta de que el silencio era absoluto y, por más que me esforzaba, no conseguía ver ni siquiera una hormiga o un mosquito. Era como observar belleza, pero belleza muerta.

A la salida de la zona que visité me paré a preguntar a los funcionarios que atendían la entrada y salida de visitantes. Me extrañaron mucho la desidia y la indiferencia que mostraron ante mi pregunta, y que expresaron en sus respuestas: “Es normal, todo está seco, es que no llueve”. No les importaba nada. ¡No, no es normal! No es normal que no llueva, no es normal permitir que miles de animales emigren o mueran porque en un parque natural protegido no puedan sobrevivir. No es normal que en pleno campo no haya posibilidades de pervivencia para ninguna vida animal. Lo más aterrador de todo no era la situación surrealista que presencié, sino que se normalice, que no alarme a los responsables, que no mueva a las instituciones a tomar medidas, que no mueva la conciencia de la gente y que no se tome alguna medida urgente, aunque sea transitoria, como crear algún acuífero artificial temporal para que la vida no se acabe en ese paraíso en gravísimo peligro.

Pero ¿cómo vamos a esperar peras del olmo? Con un gobierno de derecha y apoyado por la extrema derecha gobernando la región, es fácil percibir la insensibilidad y el desprecio a la naturaleza que suelen regir sus credos ideológicos. Para las derechas lo que importa es el dinero, y la cosificación de la vida natural es una de sus consignas implícitas, en el afán de convertirlo todo en beneficios y en dinero. El actual conflicto entre el gobierno autonómico y el gobierno central es una prueba más al respecto: el gobierno de Moreno Bonilla quiere aprobar una nueva Ley de regadíos que dejaría a Doñana prácticamente sin agua, algo inimaginable en estos tiempos en que la sequía general provocada por el cambio climático ya es una contundente y perturbadora evidencia.

No sólo les da exactamente igual el cambio climático, sino que le siguen negando en apoyo de sus intereses. Ya lo decía el primo de Rajoy. Aunque tengo la sensación de que el primo de Rajoy, Rajoy y toda la derecha neoliberal en pleno no tienen ni han tenido nunca el menor interés por la preservación de la naturaleza y de los seres que la habitan. Y son capaces de negar la crisis climática  aunque se desertice el planeta entero antes sus narices. Y es que, como decía Mark Twain, “ninguna cantidad de evidencia logrará convencer a un idiota”, o, en este caso, a la gente neoliberal al servicio del poder económico más voraz.

Sorprende que el primo de Rajoy no conozca obras como Primavera Silenciosa (1962), de Rachel Carson (bióloga marina, zoóloga e investigadora norteamericana). Me consta que en muchas facultades de Biología se estudia esta obra. Lo mismo el primo de Rajoy se saltó algunas clases, o, peor, consiguió su título como se suelen sacar algunos títulos de carreras y másteres los de la derecha. Porque esta obra científica es uno de los grandes paradigmas de denuncia de uno de los más graves problemas que produjo el siglo XX: la contaminación química de nuestro planeta. Es un libro de tal trascendencia que se considera uno de los grandes precedentes de los movimientos ecologistas y de la  lucha por la conservación de la naturaleza. Hablamos de hace más de seis décadas.

Dejándonos de ironías, lo cierto es que estamos viviendo una primavera silenciosa en la que se percibe con claridad los efectos inminentes de la gravísima crisis climática que atenaza al mundo. Se nos venía advirtiendo desde hace décadas. Ya están aquí la sequía persistente, la desertización que se va a incrementar de manera exponencial con los incendios que ya han empezado; ya están aquí los cambios extremos de temperatura, el calor extremo, y todas las consecuencias de todo tipo que esta situación conlleva. Tendría que ser una emergencia prioritaria para todos los gobiernos del mundo. Nuestro precioso planeta está en juego. La vida está en juego, por más que no lo quieran ver los inconscientes, los voraces o los idiotas. El neoliberalismo, que es el capitalismo llevado a extremos, lo está destruyendo todo, y bien podría llegar a acabar con la especie humana. Ya estamos empezando a verlo.

Coral Bravo es Doctora en Filología