La pasada semana asesinaron a dos mujeres. En solo 24 horas, dos mujeres eran asesinadas a manos de quien fue su pareja, una en Olot (Cataluña) y otra en Aldea del rey (Castilla la Mancha). Con ellas se elevaba la cifra de la vergüenza de víctimas mortales de violencia de género a 5 en este año, y a 1245 desde 2003, momento a partir del cual se tienen registros.

Sin embargo, poco se habló de ello. Quiso el destino que a su desgracia se sumara otra que nos dejó con el corazón encogido, el pavoroso incendio de Valencia. Por si fuera poco, un presunto caso de corrupción de los más feos contribuía a formar la tormenta perfecta para la invisibilización de la violencia de género. Y eso es algo que no nos podemos ni debemos permitir.

Ya hace tiempo que vengo observando una alarmante sensación de abulia respecto a estos casos. Parece que no sea suficiente el terrible hecho de un asesinato de género para ocupar portadas y prioridades, y que ha de ir acompañado de unas especiales y morbosas circunstancias para llamar la atención. Si a eso le unimos la repercusión que se da, por tierra, mar y aire, al discurso negacionista de la violencia de género, nos encontramos con un panorama desalentador. Terriblemente desalentador.

Es cierto que el imperio de la instantaneidad en los medios de comunicación, junto con la batalla por las audiencias, es el mejor caldo de cultivo para insensibilizar a la sociedad, aunque parezca paradójico. Como dice el refrán, la mancha de mora, con mora verde se quita, y parece que esto se ha vuelto norma en cierto tipo de periodismo. Esto es, se busca una noticia más tremenda, más llamativa, para anular los efectos de la anterior. Una guerra espantosa ha hecho que olvidemos otra guerra espantosa, y así con todo. Y el tiempo, hace lo demás. En varios días, lo que fue noticia deja de serlo a favor de otra más gorda. O, lo que es peor, más morboso.

La violencia de género es un problema real y espantoso, que sucede día a día en muchos hogares, en algunos de ellos sin que nadie lo sospeche. Invisibilizar estos asesinatos es dar alas a los maltratadores y apuntalar el dolor de las víctimas hasta extremos insoportables. No podemos dejar que piensen que no nos interesan, porque eso puede llevarse consigo las pocas fuerzas que les queden para denunciar y salir adelante.

Recordemos que en violencia machista, el silencio nos hace cómplices. Y la indiferencia, también.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)