Le preguntaron al genial Jorge Luis Borges, bilioso en sus odios y envidias, si conocía al poeta Antonio Machado, y respondió éste: “¿Dice usted Antonio Machado? ¡No sabía que Manuel tenía un hermano!”. Borges mentía, por supuesto, ya que había conocido muy jóvenes a ambos hermanos. Antonio, que en el auge modernista había sido el hermano menor de Manuel Machado, acabaría logrando que Manuel pasase a ser considerado el hermano mayor del poeta. La confrontación intelectual de las figuras fraternas son un claro ejemplo del enfrentamiento y la fractura que provocó en la sociedad y la cultura española la Guerra Civil.

Uno exiliado, el otro agasajado por los vencedores de la contienda y, luego, tras la transición y la llegada de nuevo de la democracia, vuelta de tortilla: uno denostado, y el otro ensalzado. Eso es lo que siempre se ha llamado desnudar a un santo para vestir a otro. Para los que amamos la belleza poética, ambos son dignos y altísimos emblemas de la lírica española, hijos los dos de la Institución Libre de Enseñanza y de su padre, Don Antonio Machado y Álvarez, conocido como Demófilo, que les inculcó el amor a la verdad, y la indagación en las raíces profundas de las cosas. Simplificar la historia no es hacer un favor a nadie. Probablemente la actitud de Manuel Machado habría sido exactamente la misma de su hermano Antonio de no tener a su mujer e hijos bajo ciudad alzada con el golpismo franquista, y habérsele sugerido el peligro de la integridad de los mismos si no tomaba activa parte en la adhesión a los mal llamados “nacionales”. Manuel Machado zanjó con inteligencia y generosidad aquel enfrentamiento afirmando que él “era un poeta de su tiempo, mientras que Antonio Machado era un poeta para el tiempo”. 

Tal vez la supremacía de Antonio Machado se deba no sólo a sus logros literarios sino a su coherencia moral. Curioso que ahora, desde sectores secesionistas se ataque su figura, queriéndole quitar del nomenclátor de calles y plazas catalanas a un intelectual republicano que se jugó la vida por la libertad y cuya tumba trasterrada es la tumba de un exiliado. 

Tal vez porque Antonio quiso cicatrizar las heridas de esas “dos Españas”, y en su obra y en su vida pesó tanto su Andalucía natal, con Sevilla y Baeza con primordial protagonismo, como las ciudades castellano-leonesas de Soria y Segovia. No en vano fue el mejor cantor de Castilla, cuya voz e identidad han sido tan olvidadas y diluidas en el tiempo como la andaluza, y que él hermanó en su poesía. Machado sabía que ambos compartían la historia y que Zamora, Palencia, Valladolid o Soria fueron tan andalusíes como Córdoba, Sevilla, Málaga o Granada. Tanto fue así, que la corte de Alfonso VI fue considerada una “corte oriental”, y a él se le daba el título en toda Europa de “El Emperador de las dos religiones”, por no decir que su único descendiente varón, el infante Don Sancho, fue hijo de Zaída, la reina omeya de la taifa de Toledo.  Buena reflexión en tiempos tan confusos en cuanto a identidades peninsulares, y en la que el conocimiento histórico ayudaría a unir y no a separar. La paciencia, que es una de las virtudes menos comunes, debe convertirse en acción y reivindicación cultural inteligente, aunque como dicen los versos de Don Antonio:

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya —así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete./ Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;/ porque la vida es larga y el arte es un juguete./ Y si la vida es corta/ y no llega la mar a tu galera,/ aguarda sin partir y siempre espera,/ que el arte es largo y, además, no importa.

Buena ocasión, a pesar de las inclemencias de los calores estivales y esta ola de calor, para visitar las ciudades castellano-leonesas, patrimonio de la humanidad, como Salamanca, Ávila o Segovia, hacer las rutas del camino de Santiago, la Andalucía machadiana o recorrer algunos de los muchos yacimientos arqueológicos romanos que poseen.  Desear que las vacaciones serenen los ánimos, a ser posible con la lectura, y estar siempre dispuestos para el viaje, para desprenderse y darnos a los otros.

Yo prefiero estar listo para cualquier tipo de viaje, con la lealtad de los amigos por los que uno se equivoca, a propósito, si es necesario; siempre, sin aferrarme a nada, volviendo a Machado y así :

Converso con el hombre que siempre va conmigo/-quien habla solo espera hablar con Dios un día-;/Mi soliloquio es plática con este buen amigo/Que me enseñó el secreto de la filantropía./Y al cabo, nada os debo, debéisme cuanto he escrito./A mi trabajo acudo, con mi dinero pago/El traje que me cubre y la mansión que habito,/El pan que me alimenta y el lecho donde yago./Y cuando llegue el día del último viaje,/Y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,/Me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,/Casi desnudo, como los hijos de la mar.