El médico, investigador, psicoanalista y escritor argentino Fernando Ulloa es conocido en los ámbitos de la Psicología por sus investigaciones con personas que sufrieron tortura política; y también es conocido por haber psicoanalizado, además de a muchos altos cargos políticos, al mejor grupo de humor del mundo, Les Luthiers. Pero sobre todo es recordado por haber demostrado que la ternura es un concepto político. Tras muchos años escuchando el testimonio de personas torturadas, llegó a la convicción de que la ternura tiene una importancia inmensa en nuestras vidas, tanto a nivel afectivo y personal como a nivel social y político, porque “donde no hay ternura hay maltrato”.

Ulloa investigó a lo largo de su vida la importancia y el impacto de la crueldad que caracteriza a un determinado sector de los seres humanos (psicópatas o narcisistas malignos especialmente) en la sociedad entera; es decir, estudió el enorme influjo de la maldad extrema de una minoría (aproximadamente un 10% de la población) en el 90 % restante. No es pecata minuta, ni es nada alejado de nuestra vida cotidiana; muy al contrario, vivimos rodeados de ese tipo de personajes que, aunque son minoría, finalmente, como dice Robert Hare, el gran experto mundial en psicopatía, son los que acaban gobernando el mundo y haciendo las leyes.

El tema, ya digo, tiene relación con casi todos los aspectos de la vida. Tiene que ver toda situación en la que se desplieguen actitudes de control, manipulación, abuso, engaños, crueldad y maldad extrema: a nivel político y social pensemos en guerras, dictaduras y totalitarismos; pero, en general, está relacionado con cualquier ámbito de nuestra vida, porque los estudios estadísticos muestran que cada uno de nosotros está en contacto estrecho con al menos ochenta psicópatas a lo largo de una vida. No son asesinos en serie, como nos induce a creer la escasa y manipulada información que nos llega sobre el tema; aparentemente son personas “normales” que carecen de conciencia y de empatía, y en cuyas entrañas guardan un vacío emocional implacable, en el que solo habita el odio, la envidia, el afán de control, el abuso de los otros y las ansias de grandeza. Son capaces de cualquier cosa, porque no sienten compasión, ni culpa ni remordimientos respecto de nada ni nadie, sino, al contrario, disfrutan haciendo daño, lo cual no es fácil de percibir a simple vista, y mucho menos en contextos sociopolíticos de abuso o de violencia (física o psíquica).

En el dossier que Ulloa escribió como parte de la peritación para el juicio contra los comandantes de la dictadura de Videla, a petición de las abuelas de la Plaza de mayo (integrado en la revista Clínica y Análisis grupal-1999, nº80, vol.21, y que, por cierto, el abogado Pedroncini entregó al juez Garzón) el psicólogo argentino experto en crueldad dejó muy claro que la crueldad o la maldad extrema requieren de un espacio sociocultural para expresarse; que para el despliegue de la crueldad “son necesarios dispositivos socioculturales” que no reparen la insania psicológica y que la den cabida e, incluso, que la acrecienten. Es decir, en un contexto amable la crueldad se repliega, en un contexto agresivo, que justifique la maldad, la crueldad se ensalza y se justifica, y, por tanto, se crece y se multiplica.

En el momento actual para mí es obvia la relación estrecha entre crueldad y neoliberalismo (que ha desdibujado las democracias y ha impulsado el desprecio a las personas a favor del poder y el dinero). Y es obvio que, como decía Ulloa, se ha impulsado ese contexto social y político que acoge, fomenta y acrecienta la psicopatía y los comportamientos psicopáticos. Se puede apreciar hasta en cualquier debate televisivo (en el que gana el que más grita y que más mentiras vierte). Porque existe una psicopatía estructural (la que contienen los genes de algunas personas que son lo peor del género humano), y una psicopatía o maldad adquirida (la fomentada por el contexto y el ambiente político, social y cultural, que es fácil de apreciar cuando las multitudes se insensibilizan y se adhieren a crueldades aplaudidas e institucionalizadas, como la tauromaquia).

He alargado mucho el introito de esta reflexión, pero me parece necesario tener en cuenta estos datos para interpretar en su amplitud muchas de las cosas que le ocurren al mundo. Por ejemplo, el asesinato en la valla de 27 personas que fueron masacradas por la policía marroquí en el intento de 200 subsaharianos de cruzar la valla de Melilla. Es vergonzoso percibir dónde se esconde el respeto a los Derechos Humanos en esta segunda década del siglo XXI. Es vergonzoso que siga habiendo ciudadanos de tercera cuya vida importe tan poco al poder y a las instituciones, y mucho más si tenemos en cuenta que los africanos sólo buscan sobrevivir a la miseria que las colonias europeas les han dejado detrás del robo descarado de sus riquezas. Les matan los mismos que han saqueado sus países, que les han robado sus riquezas, sus culturas, su derecho a vivir en paz.

Por mi parte, mi corazón está con ellos, y rechazo tanta falta de empatía y de conciencia que han instalado en este mundo nuestro tan psicopático. Y defiendo la ternura por encima de cualquier otra consideración, porque sé que es el único antídoto contra la maldad y la insensibilidad humanas.