El Partido Popular tiene problemas con la bebida. Si hubiera reuniones de Partidos Alcohólicos Anónimos, el de la derecha española debería asistir y con valentía levantarse de la silla y decir aquello de: "Mi nombre es Partido Popular y soy alcohólico". José María Aznar pedía que lo dejáramos beber tranquilo, y Mariano Rajoy siempre tenía en los labios un "¡Viva el Vino!" incluso antes que un "¡Viva España!". Pablo Casado no podía ser menos, y aprovechando que esta semana estaba en el pueblo de su padre, Matadeón de los Oteros, hizo referencia al contramilagro que realizaban los humildes habitantes de esa localidad cuando en tiempos de sequía convertían el vino en agua.

Él mismo reconocía que esa misma mañana, pese a lo temprano de la hora, se había atizado unos vasitos del preciado líquido junto a un amigo de la infancia. El vino, bebido con moderación, es bueno. Pero cuando se convierte en una obsesión, no sólo perjudica la verticalidad física sino también la mental. La mayoría de la gente que bebe en exceso, lo hace para soportar una realidad que les es ingrata. Y Pablo Casado vive una muy ingrata realidad: no es, porque una mayoría de españoles así lo decidió, presidente del Gobierno.

Pero no piensen que Casado desea ser presidente del Gobierno por un capricho o por afán de protagonismo, en absoluto, lo del líder del Partido Popular es mucho más que eso, es una necesidad imperiosa, de aquellas que te obligan a apretar las piernas y achinar los ojos con fuerza para poder controlarlas. Si el sucesor de M. Rajoy no llega a la jefatura del Gobierno antes de que la Unión Europea haya repartido los Fondos Europeos de Recuperación, el viaje ya no merecerá la pena.

Y como ese objetivo parece casi imposible, el Partido Popular se ha tirado, definitivamente, a la bebida. No todo el mundo reacciona igual ante el alcohol. El PP, por ejemplo, padece borracheras muy peculiares. Pierden cosas, como casi todos los beodos, por ejemplo hace dos semanas que están buscando una macrogranja y no consiguen recordar donde la han dejado; pero, a diferencia de la mayoría de los borrachos y de los niños, no caen en el peligroso desliz de decir la verdad. Imagínense ustedes los líos judiciales que eso les podría acarrear.

De todas formas, Casado juega en un terreno que no domina. Es un bebedor novel y padece severas resacas que lo dejan fuera de juego durante largas temporadas. De seguir dándole a la botella corre el peligro no sólo de no llegar a ser presidente del Gobierno, sino de dejar de serlo del Partido Popular. Dentro de casa tiene borrachos con muchísima más experiencia y aguante. El más peligroso gobierna Madrid utilizando una marioneta.