José Luis Rodríguez Zapatero contestó desde Pequín que “naranjas de la China”, que España ha cubierto el cupo de medidas impopulares y que los mercados nos han dado buena nota en rebajas sociales.

Pero los mercados como los vampiros nunca se sacian de sangre y han puesto en Semana Santa nuestra deuda soberana en Vía Crucis.

Entonces llegó Salgado y anunció un trimestre de reformas con la euforia con la que El Corte Inglés anuncia su semana fantástica.

La vicepresidenta económica transformó el tono de eufórico a narcotizante para anunciar lo que siempre anuncia: que aquí no pasa nada y que el alto interés que hay que pagar por el hispanobono no es más que un pico pasajero que preconiza hermosos valles verdes.

Argumentó también que no había contradicción entre sus palabras y las pronunciadas por el Jefe desde tierras lejanas pues reformas no es sinónimo de rebajas.

Las reformas para el trimestre son indoloras. El tono de la ministra parecía indicar que son también incoloras, inodoras e insípidas.

Pero aquí quienes verdaderamente mandan no son Elena Salgado y ni siquiera su jefe José Luis Rodríguez Zapatero.

Aquí quienes mandan son los señores que se hicieron la foto ayer a la salida de una reunión del sanedrín de la plutocracia presidido por Cesar Alierta, en la sección Industrial; y Emilio Botín en la División Financiera.

Son el tándem perfectamente coordinado del primer industrial y el primer banquero. A la zaga de este pero muy cerca pedalea Francisco González.

Ambos pedalean vigorosamente en otro tándem: el del duopolio bancario, cada vez más duopolio ante la próxima desaparición de las cajas de ahorro.

Y lo curioso es que el Sanedrín de la Plutocracia - en griego, gobierno de los ricos - lo ha inventado Zapatero cuya afición a la fotografía política la paga involuntariamente en términos de deterioro democrático.

Si en países de tradición liberal, que son los que marcan el paso, se reunieran los grandes empresarios acabarían en la cárcel.

Aquí ha sido el presidente de la nación quien recientemente convocó en Moncloa por segunda vez a los 50 empresarios más poderosos e institucionalizó las reuniones con carácter trimestral.

ZP se había inventado la tercera cámara parlamentaria, la plutocrática, a la que añadir al Congreso y al Senado tal como comenté en su día en mi columna en ELPLURAL.COM.

La institucionalizó hasta tal punto que nombró un comité ejecutivo bajo el título anodino de “Consejo Empresarial de Competitividad” y se permitió designar al presidente de la nueva instancia de poder en la persona del dirigente máximo de Telefónica, Cesar Alierta.

El pasado martes estos señores se reunieron por su cuenta sin la presencia de su fundador, el presidente del Gobierno, cuya función es consagrar lo que de aquí salga. Aquí manda quien manda.

Y estos señores mandaron ayer que la reforma de la negociación colectiva sea salvaje y ordenaron a Joan Rosell, el dirigente de la CEOE, un empleado suyo, que si había que romper con los sindicatos, pues se rompe y a otra cosa.

Zapatero les había reunido en palacio con la pretensión de que los grandes de la empresa invirtieran y crearan empleo. Una intención loable pero ilusa pues los empresarios no invierten por tomarse un cafelito con el presidente.

No se resisten por maldad, obviamente, pero su obligación ante los accionistas y ante la sociedad en su conjunto es invertir y crear empleo cuando las circunstancias lo permiten.

Ahora, el presidente del Consejo de la Competitividad ha contestado a la petición del presidente con un formidable ERE.

José García Abad es periodista, escritor, director de El Siglo y analista político