Hace apenas unos días, llegaba a nuestras manos el resultado de la macroencuesta sobre violencia de género, un trabajo concienzudo y detallado para tomar el verdadero pulso del machismo en nuestro país. Más allá, incluso, de imponderables como la pandemia, el confinamiento y todas sus consecuencias.

Ahí están los resultados. No se puede concluir otra cosa que no sea que el machismo sigue latiendo en el corazón mismo de nuestra sociedad, en plena forma física y con una salud de hierro. En realidad, se trata de las pocas cosas que no han cambiado en estas extrañas circunstancias, por más que el algún momento vislumbráramos el espejismo de que nos volveríamos mejores personas.

Pues no. Somos las mismas personas, aunque con un modo de reaccionar pasado por el tamiz de una situación extrema. Esta sociedad entró en crisis siendo machista, y salió sin haber perdido ni un ápice de este machismo.

Al menos, así es como yo lo veo, muy a mi pesar, a la vista de los datos de esta macroencuesta, y de otros que ya nos habían ido desgranando, como el enorme incremento de las llamadas al 016.

Soy consciente de que quienes se empecinan en negar la evidencia que la violencia de género supone, traerán rápidamente a colación el dato de que los asesinatos de mujeres durante la pandemia descendieron, a pesar de la convivencia. Pero hay que interpretar los datos en su contexto, y, precisamente, una situación en que la mujer tenía vedado escapar de su verdugo, motivaba que esos maltratadores no necesitaran demostrar su dominación con ningún acto extremo. Si a eso sumamos que estaban confinadas con sus hijos e hijas, es fácil concluir que para evitarles cualquier riesgo serían capaces de aguantar carros y carretas.

El caso es que, como decía, los datos están ahí. Más de la mitad de las mujeres españolas han sufrido algún tipo de violencia de género, 6 de cada 10, ahí es nada. Algunas, además, ni siquiera serán conscientes de ello, porque uno de los grandes peligros de la violencia machista es que no se detecta hasta que te ha atrapado casi sin salida.

No se trata de lamernos las heridas, ni siquiera de entonar el mea culpa como sociedad, aunque no estaría de más hacerlo. Se trata de abrir los ojos a nuestra realidad para tratar de cambiarla, como el alcohólico que por fin reconoce su adicción y puede empezar el tratamiento.

Nunca es tarde. Aunque sí lo sea para esas 1065 mujeres que desde 2003 nos faltan. Les debemos una reacción.