No creo que a nadie le sorprenda que el Partido Popular cuente con tan pocos inscritos para elegir a quien sustituirá a Mariano Rajoy Brey. No olvidemos que los del PP modificaron en beneficio propio las normas internas para que el lema “un militante un voto” no fuera exactamente así.

En su último congreso fijaron la obligación de inscribirse y de forma presencial, para poder votar. Sumidos en su prepotente confianza, suponían un futuro en el que la elección del líder -en los términos deseados por Génova- se iba a quedar en un mero trámite. Pero cuando han venido mal dadas, se ha puesto en evidencia que los afiliados al PP con capacidad decisoria son algo más del 7%, sobre un total de centenares de miles de militantes de los que presumían.

No es extraño que, en el ínclito El Mundo, la candidata María Dolores de Cospedal clame en un artículo de opinión publicado este miércoles: “No lo puedo hacer sola”. Aunque no hay que descartar que a ella le acabe beneficiando tal soledad.

Otro de los candidatos de más envergadura, José Manuel García Margallo, se siente desanimado cuando es un peso pesado en el PP. El joven Pablo Casado pide un tiempo para que el personal se ponga al día en las cuotas. Pero ¿quién en su sano juicio quiere pagar las cuotas de un partido sobre el que amenaza en los tribunales la existencia de una Caja B? Un sistema de financiación que parecía el cofre mágico en donde determinados líderes incrementaban sus emolumentos puede hacer desistir de dar apoyo económico al partido que fundó Fraga, continuó Aznar y mantuvo en la brecha Rajoy, como bien recordaba Cospedal en su artículo de marras.

Acaso, para alentar la participación de la militancia, el todavía portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando, se la ha ocurrido aligerar las culpas del torturador franquista Billy el niño, porque las medallas que le entregaron son “cosas del pasado” y a Hernando le da lo mismo que se las quiten, como pide la oposición, o que las mantenga.

Mientras, sin perder el tiempo, el nuevo presidente del Gobierno se va apuntando tantos. Desde la imagen internacional que España está recuperando, a la decisión de abordar cuanto antes problemas que inquietan a los ciudadanos, con el telón de fondo puesto en la esperanza de que un futuro de diálogo sea posible.

Esa es la cohesión que precisa este país y su conglomerado territorial de emociones y exigencias. La Moncloa se puede equivocar, sin duda, pero el que no yerra es siempre el que no hace nada. De eso ya hemos tenido más que suficiente. Y la lamentable situación del partido que tuvo a la gaviota como referente, tiene también mucho que ver con tal apatía actual. Demos de nuevo la bienvenida a una época diferente.