Delegar en los fabricantes el desarrollo de las normativas que han de reglamentar sus propios métodos de producción es como poner al zorro a cuidar de las gallinas. Sin duda es una buena manera de llevarse bien con las grandes multinacionales, pero supone un exceso de confianza que puede afectar a las garantías de consumo de sus productos. Una trampa en la que a menudo suele caer la Unión Europea a la hora de regular el uso de determinados compuestos químicos, como por ejemplo los catalogados como biodegradables

Los fabricantes que elaboran productos para la limpieza y el mantenimiento de hogar destacan a menudo en la etiqueta de los envases dicha expresión para informar al consumidor de la aparente inocuidad medioambiental de su vertido. Pero ¿hasta qué punto es así?

En principio la inclusión de este término en la etiqueta del envase indica que el producto que contiene transformará los principios activos de su formulación en sustancias inofensivas para el medio ambiente gracias a un proceso biológico (de ahí el nombre) en el que intervienen los microorganismos descomponedores presentes en el medio natural, tales como bacterias y hongos entre otros.

Por ejemplo, la legislación referida al uso de los tensioactivos presentes en los productos para la limpieza del hogar y el cuidado personal exige que estas sustancias químicas se degraden en una proporción del 80% al 90% en un período de tiempo no superior a los veintiún días. La normativa parte de una propuesta de autoregulación presentada por las propias industrias del sector que acabó resultando aceptada e incorporada a la ley que regula su uso en la UE.

De lo que no nos habla la industria es de los efectos que puede tener en el medio ambiente la acumulación de tensioactivos durante ese plazo de veintiún días. Tampoco informa sobre las reacciones que pueden desencadenar estas sustancias al entrar en contacto con el resto de los contaminantes vertidos a la naturaleza. Ni alerta sobre las consecuencias a largo plazo de esa proporción de entre el 10 y el 20% de los tensioactivos que la ley permite que se fijen en el entorno sin degradarse.

Este es solo un ejemplo de la ambigüedad y la falta de ambición de las normativas europeas que deben regular el vertido de sustancias tóxicas al medio ambiente, unas normas basadas en la confianza en la propia industria. Pero no seamos ingenuos.

Ningún fabricante tiene vocación de ONG. Y aunque es cierto que en los últimos años algunas multinacionales han adoptado importantes medidas de autocontrol para reducir su huella ecológica y avanzar hacia una producción más limpia y sostenible, siguen siendo pocas. Por eso es necesario que los gobiernos sean mucho más exigentes con las grandes compañías y les obliguen a abandonar la ambigüedad y confesar en las etiquetas la verdadera carga contaminante de sus productos.