El único veredicto claro e inequívoco que dieron las urnas el pasado 20-D fue una muy amplia mayoría de votos contrarios a que el PP nos siga gobernando. No obstante, se trata de una mayoría tan amplia como heterogénea, que va desde el centro-derecha hasta la izquierda radical, desde posiciones más o menos centralistas hasta otras de un nacionalismo que va mucho más allá del autonomismo y llega incluso al independentismo.

No hay ni habrá, al menos a corto o a medio plazo, ninguna mayoría clara de derecha ni de izquierda, ni tan siquiera de centro, y tampoco de centro-derecha o centro-izquierda. Finiquitado el bipartidismo con el que habíamos vivido desde la restauración de la democracia, con la consiguiente derivada del turnismo entre los dos grandes partidos, ha llegado la hora de las negociaciones y los pactos. Ha llegado la hora de la transacción.

Hablar de transacción puede parecer algo así como aludir a oscuras maniobras. Pero no es así. Según la definición de la RAE, transacción es “acción y efecto de transigir”. Aunque por extensión, el mismo diccionario normativo se refiere a “trato, convenio, negocio”, insisto en lo definitorio: “acción y efecto de transigir”. Porque de eso se trata ahora. Y transigir es, también según la RAE, “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”. O “ajustar algún punto dudoso o litigioso, conviniendo las partes voluntariamente en algún medio que componga y parta la diferencia de la disputa”.

La transacción, y por tanto la transigencia, es algo imprescindible en unas circunstancias como las actuales. No se trata ya de que ninguna fuerza política disponga ahora de una mayoría absoluta que la legitime para poder poner en práctica su propio programa electoral de máximos. Tampoco existe la posibilidad de ninguna mayoría con una orientación programática homogénea.

De ahí la importancia de la transversalidad ideológica y política para la formación de una mayoría parlamentaria estable. Con el mandato dado el 20-D por una gran mayoría de la ciudadanía española, esta mayoría debe articularse alrededor de un programa de regeneración y cambio profundo. Y esto es posible.

Como ha dicho Iñaki Gabilondo, “sería una catástrofe moral que el PP continúe al frente del país sin purga previa”. Aislado tanto por el uso y abuso de su mayoría absolutista durante estos cuatro años como por la incesante cascada de casos de corrupción que le afectan en especial en sus mayores centros de poder, Mariano Rajoy ha quedado definitivamente inhabilitado para seguir presidiendo el Gobierno. Y con él también cualquier otro dirigente actual del PP.

En esta tesitura, quien no transija, quien se niegue a transigir, quien se resista a transaccionar, será responsable ante la ciudadanía de dilatar un proceso que, más pronto que tarde, dará inicio al necesario cambio regenerador que España requiere. Si ahora no hay acuerdo y ello comporta la celebración de nuevas elecciones, los ciudadanos lo tendrán muy en cuenta cuando se vean obligados a volver a votar.

Jordi García-Soler es periodista y analista político