“Esto se nos va”, clama lastimero el pesimista. Pero no tiene razón el abatido, mejor sería proclamar: “Esto se nos viene encima”. Los demagogos, los descreídos, los egoístas y sinsorgos nos tienen rodeados como el radicalismo hizo el sábado pasado con el Congreso. Es tan difícil hacer que fluya la cordura política en estos tiempos como talar un baobab con un cuchillo de pescado. De continuar el país por mucho más tiempo en este vuelo, acabará convertido en un solar para el provecho de los cínicos. ¿Porque a qué político con dos dedos de frente le puede parecer solución una España sin gobierno? Y ello, además, sin que el denunciante sea capaz de aportar otra alternativa que el exabrupto, el ruido y la furia.

Sin embargo, esa determinación exigida de manera tronante por Pablo Iglesias, mola. El PP se queda cínicamente de perfil y desdeñoso, y va a lo suyo que no es más que fijar a Rajoy en la Moncloa. El pobre PSOE bastante tiene con intentar mantener en pie algunos de los tapiales -que fueron hasta hace poco tiempo solidas casonas- sobre los que procurar reedificar ¿mañana? su proyecto político. Y la prensa -no hace muchos años punta de lanza de la democracia- se le ve impresionada por el tamaño de los acontecimientos que observa, pero trabaja cómoda sobre la montura del tiovivo desde la que divisa nuestro lamentable espectáculo.

La peripecia del PSOE, sin ir más mejor, se sigue con la misma atención que la persecución, tan romántica como cutre, de El Lute, en tanto que al cabalgar de Podemos se dibuja con el aura de una épica revolucionaria que entronca con la misma estética y mística cinematográfica de Eisenstein, o sea, arte y cambio. Es la moda. Y pronto también lo será Rajoy: el hombre tranquilo, el que superó todas las tempestades sin grave daño, el que devuelve España a su quietud productiva y al sosiego.

Los extremos hablan de España (PP) y Patria (Podemos) pero sólo es retórica, a ambos le importa un bledo. Los socialistas del momento, a pesar de algún intento chic de Pedro Sánchez (que se mantiene firme en el “y yo sigo”), no saben muy bien qué significa eso de España a pesar de tenerlo tan destacado en su sigla; todos van a la suya, al interés de su autonomía o ayuntamiento, llegando a la perogrullada de pedir que no haya cambio de hora porque le resta unos minutos de sol invernal a sus turistas (Baleares). De los nacionalistas qué decir: se quieren ir.

La demagogia (palabras brillantes y feroces que enlodan al enemigo e inflaman el alma a quien las pronuncia y sus seguidores) y el egoísmo político (primero mi provecho y luego que pase lo demás) minan este país de manera terrible. Nadie desea trascender más allá de su interés ridículo. Detengámonos una vez más en los socialistas. Hacen lo imposible para procurar salvarse, pero ninguno se ofrece para impedir el derrumbe de su sigla histórica, porque la prioridad es su predio: Andalucía, Cataluña, Baleares …. y después ocuparse del huerto comunal. De continuar en este cabalgada, más de cómic que de hombres, este huerto será hozado por los jabalíes hasta la última raíz. ¡Menudo hechio!