Italia despidió este miércoles al que fue cuatro veces primer ministro de Italia, y una de las figuras más controvertidas de su historia. El adiós de estado a Silvio Berlusconi es también el cierre de un ciclo político en su país en el que, su imagen y su forma de hacer política, populista, cambiante, apoyado en el imperio mediático que construyó, sentó precedentes y creó escuela para otros que vinieron después, como Donald Trump o Bolsonaro. Digo cierre político en Italia, porque su actual presidenta, la dirigente de ultraderecha Giorgia Melonni, es la heredera y mayor beneficiaria de un discurso que no necesitaba mucho abono para calar en el país latino. Digamos a las claras, y es mi opinión, pero fundamentada en el conocimiento de la historia del país vecino, que Italia es un país de derechas, incluso de ultraderecha, donde lo único que ha funcionado siempre, han sido la mafia y la Iglesia católica y, en muchos momentos, en estrecha colaboración. El histórico conservadurismo italiano, con mínimas excepciones, hizo que, en los dos conflictos mundiales, formaran parte del totalitarismo y que, in extremis, entregaran a su Duce, a Mussolini, como cabeza de turco, cuando sabían que la guerra estaba perdida frente a los aliados. En contraposición a otros países del entorno europeo, empezando por Alemania, con leyes específicas contra la exaltación del nazismo o manifestación alguna que lo represente, en Italia se ha seguido hablando del fascismo y sus líderes con orgullo; como una parte gloriosa de su historia reciente. Ha seguido siendo ultraconservadora, por no decir otra cosa, anclada y atada al Vaticano, y por consiguiente retrógrada, machista, homófoba y racista, como ha venido demostrando su política de inmigración con figuras tan lamentables como la de Matteo Salvinni, actual vicepresidente del país, y responsable como anterior ministro del interior italiano de algunas de las imágenes más inhumanas de insolidaridad con los emigrantes en el Mediterráneo, adornadas de insultantes declaraciones que atentaban, directamente, contra los derechos humanos. En España, aunque ahora algunos empiecen a salir del armario del franquismo, más o menos con pudor, se demostró tras la muerte del dictador que éste era un país de progreso donde, a pesar de los afanes derogadores de algunos, se conquistaban derechos civiles y sociales con vanguardia y esfuerzo.

No están nada claros los orígenes del capital económico con el que Berlusconi construyó su imperio empresarial y mediático. Por mucho que desde sus poderosas plataformas de prensa, televisiones, editoriales y radios se haya reescrito su historia, casi una hagiografía. Algunos de los periodistas más valientes y represaliados de Italia investigaron posibles conexiones de ese capital con la Mafia italiana, aunque no dieron frutos. Sí se enfrentó a casi cuarenta juicios de diversa índole, algunos por los cuales fue condenado en firme, como por malversación, prostitución de menores, abuso de autoridad, y se le condenó a tres años de prisión por el delito de corrupción, tras haber sobornado al senador Sergio De Gregorio. Los pagos se realizaron entre 2006 y 2008, y consistieron en aproximadamente tres millones de euros, aunque no se aclaró demasiado con qué finalidad. Cuestiones nada edificantes que ahora parecen soslayar muchos, y que recuerdan a las formas gansteriles y mafiosas de algunos de sus buenos amigos de la política internacional, como Putin o, sobre todo, el expresidente de los EEUU Donald Trump, que se enfrenta en estos días a procesos similares a los de Berlusconi, tras haber hecho tambalearse los cimientos de la democracia a su país, y provocar el asalto a su Capitolio. A pesar de su operada y recauchutada imagen sonriente, no fue Berlusconi un ejemplo de política en beneficio de la mayoría, sino, más bien, de sí mismo, y de los suyos. Hay quien asegura, incluso, que si llegó a la política fue por los intereses de la economía delictiva de Italia, primero, y los suyos propios para evitar procesos, condenas y cárcel, después. Nos suena demasiado. Ojalá pudiéramos decir que su referente y escuela se acaban con él, pero no sería cierto. Él fue sólo el primero de muchos que hoy están y que vendrán, que entienden la política como forma de alimentar su ego, sus cuentas corrientes y las de sus correligionarios, y no precisamente pensando en el interés y el bien general. Una joyita. Tanta paz lleve, como aquí deja.