Soy valenciana. Algo de lo que estoy orgullosa siempre, aunque hoy todavía más. Porque el pueblo valenciano ha dado la talla en la medida que no lo han dado muchos representantes públicos. Y eso es, por desgracia, un clamor. A pesar del lamentable espectáculo que algunos han ofrecido en la visita de los reyes, fruto -quiero suponer- de la desesperación y del dolor y, quizás, de una provocación más que fuera de lugar.
Soy valenciana y me considero una privilegiada. Y no por pertenecer a esta tierra maravillosa, que también, sino porque ni a mí ni a mis seres queridos más cercanos nos ha afectado directamente esta catástrofe. Vivo en el centro de la ciudad de Valencia, pero desde hace días tengo la sensación de que vivo en una isla. De hecho, si no fuera por lo que vemos en medios y redes, nadie diría que aquí ha pasado nada grave. Ni siquiera estaba mojado el suelo y eso, en un lugar como este en que cuando llueve lo hace a mares, no da ninguna sensación de tragedia. Todavía cuesta pensar que, caminando apenas media hora, se encontraban las mismísimas puertas de infierno. De un infierno de lodo, dolor y desolación.
Por supuesto, la sensación de que aquí no pasaba nada era solo un espejismo. Porque, a pesar de que nuestros móviles nos alertaron pasadas las 8 de la tarde, a esa hora ya se había ahogado mucha gente, y ya se habían cambiado para siempre nuestras vidas, aunque entonces no pudiéramos ni imaginar todavía la magnitud de la tragedia.
Pero la realidad no ha tardado en ponerme en mi sitio, y a darme, como a tantos, una bofetada en plena cara. Porque, aunque en mi barrio no estuviera siquiera el suelo mojado, he visto como desparecía el puente que atravesé tantas veces en autobús para ir al colegio, he visto como las primeras librerías donde acogieron mis libros, en Algemesí y Benetússer, quedaban arrasadas, y como quedaba arrasada también la que siempre me dio soporte en Paiporta. He visto como teatros y auditorios donde aplaudí a mi hija y donde hasta yo misma actué en su día, se convertían en centros de recepción de lo más imprescindible para quienes lo perdieron todo. He tardado días en tener noticias de gente que conozco, temiendo lo peor. Y he llorado por todos los muertos y por todos los vivos que quedaron sin nada. He llorado de pena y de impotencia, y hasta me he sentido culpable porque en mi barrio ni siquiera estaba mojado el suelo.
Valencia tardará en recuperarse, y nunca lo hará del todo. Porque los muertos no volverán y muchas personas no recuperarán todo lo que perdieron. Pero tendremos que rehacernos, como hemos hecho siempre, aunque el infierno haya abierto sus fauces en nuestra misma cara.
Y, pase lo que pase, seguiré estando orgullosa de ser valenciana. Siempre.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)