Sucedía hace unos días, pero no es nada nuevo. Es más, está sucediendo siempre. Por desgracia.

Esta vez era Selena Gómez. A pesar de que estaba y está estupenda, alguien debió criticar su aspecto cuando posaba en la última o penúltima alfombra roja y ella se vio obligada a justificarlo. Dijo que estaba más gorda porque se había divertido en vacaciones. Y eso es algo que me alegra y me entristece a la vez. Me alegra porque siempre está bien que la gente se divierta, pero me entristece porque sentí que estaba pidiendo perdón. Perdón por divertirse y, sobre todo, perdón por no tener el cuerpo que se supone que se le exige.

No es la única. Leía también en estos días unas declaraciones de Kate Winslett en que, con mucha sensatez e inteligencia, rechazaba esa necesidad de responder a un canon físico de supuesta perfección que tanto daño está haciendo a nuestra sociedad. Y explicaba, con una naturalidad que me cautiva más que unas medidas perfectas, que tras el supuesto glamur de las alfombras rojas están mujeres que solo quieren volver a casa, ponerse el pijama y tirarse pedos. Tal como suena, y nunca mejor dicho.

Lo peor de esta esclavitud a la que nos someten a las mujeres es que esas exigencias de cuerpos supuestamente perfectos traspasan los límites del mundo del espectáculo y se convierten en objetivo a seguir por cualquier mujer, especialmente las jóvenes. Y de ahí a los trastornos de la alimentación hay solo un paso. Pocas pueden lograr esas medidas que nos imponen como perfectas. Y los sacrificios que supone son terribles y de espantosas consecuencias.

La cuestión es que esta exigencia se nos impone a las mujeres, cosificándonos una vez más. Del mismo modo que en ellos las canas se supone que les vuelven interesantes mientras que a nosotras nos hacen viejas, los kilos tampoco les afectan del mismo modo. Nadie les cuestiona por haber subido de peso cuando posan en la alfombra roja, y tampoco se van a sentir impelidos a buscar una justificación, como la diversión de Selena.

Parece mentira que, en sociedades como la nuestra, donde las mujeres hemos conseguido incorporarnos casi por completo al mundo laboral, donde hemos logrado legislaciones que no solo nos reconocen la igualdad completa, sino que cada vez más arbitran medidas para conseguirla, nos sigan sometiendo de este modo. Y es muy triste que no podamos reaccionar como deberíamos. Haciendo lo que propugnaba Kate Winslett. Con pijama o sin él.