En las últimas semanas hemos asistido a cómo entraba en prisión el marido de la Infanta Cristina, Iñaki Urdangarin. Hemos visto cómo presentaba su renuncia el ministro más breve de la historia de la democracia española, el escritor Màxim Huerta. Alguno de los que se apresuró a colgar la foto con el dimitido en sus redes sociales, y eso que lo conocían de un cuarto de hora, se apresuraron también a dar explicaciones de sus distancias… Para los que proclaman que la ley no es efectiva, o que no se asumen responsabilidades, son dos ejemplos de que no es así, y resulta alentador. Salvando las distancias de unos casos y otros, y sus peculiaridades, ambos están condenados o salpicados por cuestiones económicas. En los últimos años hemos constatado que esa cacareada proclama de que hay impunidades no se cumplen, salvo en dos claras salvedades: si eres infanta de España, seguimos sin comprender por qué la señora Cristina de Borbón no ha sido condenada aunque sea a título lucrativo, o si eres futbolista. A todos les pasa lo mismo, sean infantas o futbolistas: no saben, desconocían, no recuerdan, o tenían al tonto útil, marido, padre, hermano, representante, que se come la culpa y a menudo la condena…

Ha pasado casi inadvertido el asunto de que la estrella del Real Madrid Cristiano Ronaldo haya asumido haber cometido cuatro delitos fiscales y tenga que pagar casi diecinueve millones de euros. Si los ha asumido no es por un acto de arrepentimiento, ni de contrición, sino porque así, se ahorra entrar en la cárcel. Destaca con su soberbia habitual, como cuando fue llamado a declarar y declaró ante la juez que “estaba en el banquillo porque era Cristiano Ronaldo, era guapo, rico, y la gente le envidiaba”. Por mucho menos otros, incluidos Urdangarin o la cantante Isabel Pantoja, han pasado por la cárcel. Tampoco pasó Leo Messi, con lo que uno, desafortunadamente, asume que hay una doctrina Infanta y una doctrina Futbolista, aunque, puede ser, que sea la misma.

El fútbol es, evidentemente, la droga, la religión contemporánea. Si volviéramos a los axiomas marxistas, habría que decir que hoy, “el fútbol es el opio del pueblo”. No hay más que ver que en Alemania hoy, empezando por su presidenta, la señora Merkel, preocupa más la no continuidad de su selección en el mundial que las miles de vidas humanas que se pierden en el Mediterráneo.   Estoy convencido de que, si algún juez se atreviese a meterle mano, de verdad, a los equipos de fútbol y sus cuentas, y si, estos muchachitos, Infantas eméritas en pantalón corto de nuestra sociedad pasasen por la cárcel, habría manifestaciones, disturbios, y es probable que hasta muertos. No es nuevo tampoco. Durante toda la historia de siglos del Imperio Romano, los únicos emperadores que tuvieron disturbios importantes y conatos de guerras civiles al margen de las luchas de poder o los cambios de regímenes, fueron los que se atrevieron a prohibir las muertes por peleas de gladiadores en la arena de los circos imperiales. Esto es lo mismo. No hay arrestos, por no decir otra palabra más futbolísticas, esférica y llena de testosterona, por parte de ningún gobierno, partido político o juez, de meterle mano en serio a estos muchachos. El anterior ministerio, incluso, ha dejado la patata caliente al recién constituido, pues hay flecos que podrían aumentar la multa en unos cuantos millones más para el astro portugués.

No me malinterprete nadie. Creo que el fútbol cumple una función social, que es cultura, que es imagen de país. Lo que no estoy dispuesto a tragar es la mitología del mismo, los falsos modelos de éxito, el fanatismo, basado en personajes que se presentan como adalides de todas las causas y luego defraudan millones de euros que repercuten en menos hospitales, menos colegios, menos profesionales al servicio de la sociedad que les paga, y les paga muy bien, y los entroniza en los altares idólatras de nuestros referentes.  Estos dioses sonrientes con pies de barro son ya delincuentes condenados. Me da igual los goles que marquen Messi, Ronaldo, o el que sea; las camisetas, los calzoncillos, las tabletas de chocolate que ostenten en sus anatomías y anuncios publicitarios. Si se van del club huyendo como los delincuentes que son y, lo peor, no pasando por la cárcel como otros por mucho menos.   Su insolidaridad, sus delitos, hacen que haya menos personal sanitario, menos medios, menos diagnósticos, y eso, señores, causa pérdida de vidas. Sé que es un anatema, y menos en pleno mundial, y que es predicar en el desierto pero, lo siento mucho, la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero ¿o era su portero?