Tres días después de anunciar su intención de cerrar y cobrar por visitar la Plaza de España, el alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, ha reconocido que solo tiene el insuficiente apoyo de su partido, el PP, para aprobar los Presupuestos Generales de 2024; de modo que tendrá que prorrogar el que hizo hace poco más de un año el socialista Antonio Muñoz, hoy jefe de la oposición municipal. Alejándonos de los focos y siendo objetivos, estamos ante el mayor fracaso de un alcalde y de cualquier dirigente político, porque la verdadera y renovadora acción política está en el articulado de esos Presupuestos y sus consecuencias. Fuera de los titulares fáciles de usar y tirar, es ese documento el que te permite cumplir los compromisos contraídos con la ciudadanía. Ahora, tendrá que conformarse con repetir los procesos de 2023 y, con suerte, añadir modificaciones presupuestarias que, sin duda, le costará sacar adelante y por las que tendrá que pagar el precio político consiguiente.

En esta ecuación, tan singular como la propia ciudad de Sevilla, es preciso fijarse en el grupo municipal de Vox, que se ha quedado mudo en la crisis del cierre de la Plaza de España (argumentaron a los periodistas que no tenían permiso de Madrid para manifestarse) y en el apoyo a Sanz para sacar las cuentas. En una suerte de tancredismo, han mandado un mensaje más allá de Andalucía al Partido Popular, cuyas consecuencias veremos pronto. De momento, ABC de Sevilla tituló este miércoles pasado: 'Vox deja que Sevilla se gobierne con las cuentas del PSOE'. Es decir, la culpa es de ellos.

Ayer mismo estuve paseando por la Plaza de España y, de nuevo, docenas de jóvenes escolares llegados de toda España, se hacían la particular foto en el banco y el azulejo de su provincia, felices y contentos de visitar el mismo lugar que hace años visitaron sus padres y antes sus abuelos, cada uno con su correspondiente foto. Me ofrecí a inmortalizar el momento a un grupo que venía de Tarazona, en Aragón, para que saliera también su profesora y les animé a que todos señalaran con el dedo a su pueblo en el mapa. Ojalá que estas divertidas fotos no se terminen nunca, porque son el verdadero futuro de Sevilla.

Es cierto, como dice el alcalde, que la venta ambulante ilegal y los “espectáculos” flamencos han proliferado de forma preocupante, lo que da a tan bello lugar un aspecto tercermundista, especialmente en las horas punta. Es verdad también que el vandalismo se ha cebado con la singular cerámica que viste toda la zona y que impide su lucimiento general. Pero es igualmente presumible que esa venta, esos espectáculos y esos desmanes se trasladarán a otros puntos cercanos si se cierra y cobra entrada, de modo que el lugar de expansión de miles de visitantes se perderá para siempre; para que turistas, cámara en mano, se hagan la foto de rigor y aspiren el ambiente orientalista que ellos insisten en buscar en cualquier rincón y que la industria turística les ofrece, como si fuera un decorado natural cinematográfico.

La Sevilla real no interesa al turismo. Hay que seguir inventando en cada esquina la leyenda de la Carmen de Mérimée, que es muy rentable. Y si hay que cerrar la Plaza de España para seguir viviendo de ese cuento, pues se cierra. Al fin y al cabo, lo importante son los beneficios económicos. Así que un consejo para futuros visitantes: la verdadera Sevilla está en los barrios, en sus pequeñas plazas y en los bares que viven de los locales y no de los turistas. Los sevillanos han perdido el centro de su ciudad y ahora quieren quitarles el paseito por el Parque de María Luisa. El ocio gratis no existe en la cabeza, entre otros, del alcalde de Sevilla.