Desde el inicio del mandato de Pedro Sánchez, tras la moción de censura exitosa, uno de los mayores ejes de confrontación política entre los dos grandes partidos se ha situado en torno a la separación de poderes; desde la larga e infructuosa disputa sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial, hasta las actuales trifulcas judiciales pasando por la ley de amnistía, se han debatido insistentemente sobre el estado de salud de la división de poderes.
El PP ha tratado en este debate de consolidar el ideario de que los sucesivos gobiernos de Pedro Sánchez son ilegítimos por contrarios a la democracia, siendo la división de poderes la máxima expresión de esta. Esta construcción discursiva es una operación sencilla en lo retórico y compleja en la realidad. Sencilla porque el público general entiende, de forma simplificada, que la división de poderes se basa en la independencia del poder judicial frente al poder gobernante, por lo que cualquier indicio o sospecha de intromisión gobernante en el poder judicial será siempre censurado, pero es compleja en la realidad porque en el proceso de construcción de este relato, lejos de salvar la independencia del poder judicial, se ha arrastrado a la institución por el fango hasta convencer a la sociedad de que si algo no es la justica, es independiente, no ya del gobierno, sino de los partidos políticos que son, sin duda, la institución de nuestra democracia peor valorada.
La ausencia de preocupación del PP por este efecto perverso de su táctica de desgaste al gobierno actual demuestra dos hechos, en mi opinión, terroríficos: el primero es que Feijoó renuncia a hacer política. El reciente anuncio de una querella contra el PSOE, cuando muchas esperábamos que anunciara una moción de censura, demuestra que el líder popular da por perdida la batalla política.
Es paradójica esta renuncia desde la perspectiva de la división de poderes; el papel institucional que le corresponde a Feijóo, el que le ha concedido la ciudadanía en la expresión democrática de su voluntad, no es ajusticiar a otros líderes políticos, perseguir el delito y castigar a los criminales, sino liderar una alternativa política al actual gobierno. Liderar una alternativa política no implica sólo hacer las cosas que te garantizan conseguir de un golpe tus objetivos, sino ser capaz de aglutinar en torno a tu proyecto una mayoría que te permita desarrollarlo. Ya sabemos que no tiene mayoría parlamentaria para lograr ser presidente en el próximo mes, pero renunciando a utilizar su poder parlamentario para proyectar su alternativa y conquistar aliados, mientras deposita su confianza en que sean los tribunales los que acaben con el gobierno Sánchez, muestra que no se ve capaz de vencer políticamente a la actual coalición parlamentaria que sustenta al gobierno, y que espera que sea la justicia quien le haga “el trabajo sucio” de destruir a su adversario político, por sentencia judicial o por descrédito público, igual le da.
El segundo hecho que demuestra la ausencia de preocupación del PP por el descrédito de la institución judicial en nuestro país, que se deduce del anterior, es que saben, o intuyen, que tienen más posibilidades de lograr sus objetivos por el concurso del poder judicial, que por el del poder parlamentario que, no se nos olvide, representa al pueblo. Siendo esto así ¿tiene alguna credibilidad el PP al defender la separación de poderes?, humildemente considero que no, que la forma de actuar del PP muestra que la división de poderes la entienden como la garantía de que ellos jamás pierden del todo, porque el actual sistema judicial tiene suficientes resortes como para que lo que no puedan ganar por la vía política, lo disputen por la vía judicial.
Esta realidad, junto con los no pocos actos cuestionables del PSOE en relación con la garantía de esta separación de poderes, muestran un futuro desalentador para la salud de la democracia y sus instituciones; ninguno de los dos grandes partidos transmite una sola idea al respecto que no esté mediatizada por sus intereses partidistas, y por desgracia, ninguna otra voz se oye en el actual parlamento que nos haga conocer cual es la alternativa a este insoportable lodazal en el que se ha convertido la imagen de la justicia.
En una interesante conferencia del que fuera el primer presidente del tribunal constitucional, planteaba que la división de poderes en la actualidad es más compleja que en el esquema de Montesquieu, y recuperaba una frase de Ranke que afirmaba que esta teoría clásica era un ideal del pasado, una ilusión del presente y un programa para el futuro, no me puede parecer más apropiado para el momento actual, en especial para señalar que, hoy por hoy, la separación de poderes es una ilusión, no sólo por el mal uso que los partidos han hecho del papel que nuestra constitución otorga al parlamento en la configuración del poder judicial, sino por muchos otros defectos en los sistemas de selección y promoción de la judicatura que ojalá estuvieran más en el debate público. También sería útil tener presente esta conceptualización de la separación de poderes, porque permitiría exigir a todos los partidos, grandes y pequeños, que empiecen a explicar con claridad cual es su programa de futuro para recuperar la tan manoseada y manchada división de poderes.