Que la “Guerra Fría” no ha terminado, es una cuestión que algunos historiadores empiezan a decir a las claras últimamente. Alguno de los que se peleaban por acotar el concepto y periodo histórico que surge después de la Segunda Guerra Mundial entre los dos grandes bloques Capitalista/Comunista, bien con la disolución de la Unión Soviética -vía Perestroika- en el 85, bien con la caída del muro de Berlín en el 89, o con el intento fallido de golpe de estado en la URSS en el 91, perciben que cerraron los libros de historia en falso. La “Guerra Fría” tal vez invernó una temporada, mientras los bloques se reorganizaban, alimentados por la anónima voracidad de las nuevas tecnologías, el internet profundo, donde trabajan a tiempo completo y casi sin barreras, los verdaderos espías y servicios de inteligencia del hoy.

En ese intermedio para el rearme gélido, se probaron otras posibilidades de bloques, como el proyecto europeo, que llegó a fortalecerse hasta el punto que hizo cambiar el eje político y económico del mundo, fugazmente, con una pujanza de la moneda común, el euro, que doblegó a la divisa norteamericana, históricamente en cabeza. Este espejismo fugaz de una vieja Europa renacida, pujante y fuerte, se asentó en principios de solidaridad y liderazgos poderosos, que ayudaron a avanzar a los países más atrasados, y a cohesionar otros poderosos, como Alemania, que no recuerda hace tiempo que su reunificación, fuente de su gran poder actual y no sólo el económico, también lo pagó toda Europa a escote. Dos enemigos ha tenido este proyecto desde el principio. Tres si el primero no se considera uno solo. Por un lado los dos bloques de la ya citada “Guerra Fría”, el del este que en algún momento ha estado capitaneado por la ambiguamente comunista y capitalista potencia China pero siempre con la inteligencia rusa a los mandos, y la celosa EEUU celosa de su papel de Primera Potencia, ahora sumida en un intento de autarquía necia con Donald Trump en la Casa Blanca. Notorios son los diversos escándalos de uno y de otro, como el reciente asalto a la Embajada de Corea del Norte en Madrid, en lo que apunta a los servicios de inteligencia estadounidenses, según parece, o los múltiples envenenamientos por polonio, hackeos, ataques a webs oficiales de ministerios de países europeos, con especial interés a Interior y Defensa, de los hijos y sobrinos de Putin. Muchos analistas en redes, expertos en seguridad en internet, y contraespionaje, han demostrado que algunos de los fenómenos políticos de partidos, tanto de ultraderecha, como populistas de un signo u otro, han sido apoyados y aupados desde esta oscura y enfrentada red profunda, pues su interés ha sido, y lo han conseguido con la necedad e infantilismo creciente de nuestra sociedad contemporánea, desestabilizar el proyecto Europeo.

He dicho que dos han sido los enemigos del proyecto europeo, y siendo minador como la carcoma las injerencias del antiguo bloque, actualizado en su particular “punto cero”, de la “Guerra Fría” que nos sigue helando, no ha sido el peor enemigo, aunque dúplice, adversario de Europa. Como en un propio ser humano, el peor peligro ha sido el larvado, el enquistado en la falta de inteligencia y miras de los más poderosos, y en la falta de exigencia de los que ingresaban como pidiendo perdón por hacerlo. Esos enquistamientos han llevado el proyecto europeo a un momento tumoral con varios frentes y metástasis que deben ser tratadas cuanto antes, si no queremos que el todo perezca. Lo más urgente, Reino Unido. Este viernes se cumplen los plazos para ver si realmente la presidenta May es capaz de acordar con la oposición de Corbyn la salida pactada de Inglaterra, o si el final llega de forma más abrupta y con consecuencias políticas y económicas difíciles de calibrar. Una salida que ya es una tragedia shakesperiana en sí, por la irresponsabilidad de David Cameron, antecesor artífice de May en este desastre, que queriendo jugar a ser más populista que los populistas, sin necesidad, pues gobernaba con holgada mayoría, planteó un referéndum innecesario, sin pedagogía, ni valorar las consecuencias. Tampoco Europa debió permitir nunca que un estado miembro, por muy fundador y de peso que fuera, como Reino Unido, pudiera tener un pie fuera y otro dentro, con la anomalía de mantener su propia moneda mientras todos los demás miembros de la Unión afrontaban las renuncias de la suya, y los rigores de la conversión al euro.

Lo de Reino Unido y su Brexit es un penúltimo capítulo de errores y arrogancias de países como Francia y Alemania que con demasiada ligereza han tratado desigualmente a unos y otros miembros, humillando y desmantelando en casos sangrantes países como Grecia, mientras se hacía la vista gorda con la banca italiana o alemana, por ejemplo. No hacer causa común de problemas comunes, como las migraciones del mediterráneo, ha devaluado el principio de sociedad avanzada, en progreso y distinta de los ejes bipolares de la Guerra Fría que la Unión pretendía ser. El problema de los populismos se ha alimentado de ese caldo envenenado de cultivo, así como unos partidos neofascistas, xenofóbos, ultraconservadores, que creíamos olvidados en los anales del horror de la historia del siglo XX. Es hora de repensar, de ser serios y dar respuestas comunes: Europa está en el alero, y con su caída al abismo, caería también una forma de entender el mundo, una civilización, un espíritu…