El historiador e hispanista inglés Paul Preston, que lleva desde los años sesenta investigando de manera concienzuda y rigurosa la Guerra Civil española y la dictadura franquista,  nos ha ayudado enormemente a conocer nuestro pasado reciente cuando aquí era pecado investigarle. Tan es así que algunos sectores de la España tradicional, o España negra según algunos, le consideran al eminente historiador como persona non grata.

El último libro de Paul Preston, Un pueblo traicionado (Debate, 2019) es una detallada historia del siglo XX español en la que condensa todo su enorme bagaje de hispanista y de tantos años de experiencia y de investigación. Se trata de una historia de la España del siglo XX narrada desde un tema central que da título a la obra: el desajuste, la discordancia entre el pueblo español, ansioso y sediento de avances, y las élites, dedicadas a bloquear sus intentos de progreso. En esencia es una crónica descarnada de la traición devastadora que comete contra los españoles la clase política, ajena e indiferente a la realidad social, desde finales del siglo XIX (desde la restauración borbónica de 1874) hasta prácticamente el momento actual.

Leía hace unos días una entrevista reciente del historiador sobre su último libro y hubo algunos datos que me atrajeron porque se refería a un tema que siempre me ha interesado: si es o no verdad que España es “diferente”. Afirma que España más que diferente es un país muy conflictivo; que en España suele ser frecuente la ecuación de corrupción, incompetencia política y división social. También expone que en la actualidad el pueblo español sigue siendo víctima del lavado de cerebro de la dictadura y ello explica que siga habiendo mucha gente que sigue defendiendo a Franco a estas alturas.

Decía George Orwell, quien se alistó en las milicias “para defender a España del fascismo y defender la República”. “Guardo de España unos recuerdos atroces”. Me he preguntado con frecuencia el origen de esas peculiaridades propias de nuestro país que nos alejan de los países más avanzados o de mayor cultura democrática. Además de los tres factores que Preston menciona en su libro, es obvio que podemos considerar otro tipo de elementos que pueden explicar que España sea ese país tan conflictivo en el que la convivencia pacífica no es nada fácil.

Mientras las dictaduras del siglo XX europeo estaban superadas a finales de los años 40, en España la dictadura franquista se prolongó nada menos que cuarenta años, lo cual es bastante elocuente. Mientras en la mayor parte de Europa la crueldad se persigue y se defienden a ultranza los derechos humanos y los derechos de los animales, en España los derechos humanos en muchas ocasiones son sólo para algunos, y llamamos fiesta nacional a un espectáculo sangriento y torturador sólo propio de verdaderos sociópatas. El cotilleo nacional, ahora tan televisado, nos hace estar en los primeros puestos en esos asuntos, como lo estamos en el grado de corrupción de los políticos, pero estamos en los últimos puestos en todo lo relacionado con la lectura, con la investigación o con la difusión de la cultura. Todo lo cual es muy elocuente también.

Podríamos hablar mil horas o escribir mil folios sobre ello, porque es un tema muy complejo, con mil variantes  y, como todo, es multifactorial. Ortega y Gasset hablaba en su obra con frecuencia del “problema español” y de nuestro atraso científico y cultural respecto de Europa. Manuel Azaña, considerado el mejor estadista que ha visto nacer este país, en su obra Tierras de España, el problema español, reconocía su amor hacia su país y también reconocía sus defectos (“su locura, su violencia, su desidia, su atraso, su envidia”).  El gran Antonio Gala va más allá. En su libro El pedestal de las estatuas (Planeta, 2007), dedicado a la figura de Isabel la católica, expone cómo la reina que supuestamente unió España en realidad la rompió. “La única ley que valía entonces para todos era la de la Inquisición, así que España estuvo rota desde el primer momento”, afirma el autor.

Según Antonio Gala, quien pasó años investigando los siglos XVI Y XVII españoles, toda la historia española posterior es consecuencia del reinado atroz y cruel de esa reina “mala y envenenadora” que fusionó sus intereses con los intereses de la Iglesia romana, con el “descubrimiento” de América por medio; un inmenso continente que hicieron suyo y que estaba lleno de riqueza que no querían compartir. De ahí probablemente el motivo principal de la llamada Reconquista, que nos venden como una hazaña épica cuando fue en realidad una matanza voraz y sangrienta que iba a dejar a la Iglesia romana como la única religión “oficial” en el país, y se iba a constituir en la única que impusiera todo su influjo, sus ansias insaciables de poder y su dogmática a las inmensas tierras americanas.

Luego, efectivamente, parece tener mucha razón Paul Preston en su consideración de España como país muy conflictivo, y parece que existen datos históricos que muestran las causas de que ello se así. Venimos de la matanza de “los diferentes”, de la crueldad, de la Inquisición, de la devastación y la explotación de todo un continente para enriquecimiento de la Corona y de la Iglesia en medio de la miseria de la gente. Y parece que en el siglo XXI en esencia las cosas  siguen siendo así.

Coral Bravo es Doctora en Filología