Leo en el diario La Rioja que dos hijos de la tierra ostentan el dudoso honor de haber sufrido cornadas en el primer encierro de los Sanfermines de 2019.  Ambos llevan años participando en el encierro y a lo que parece, a pesar de las heridas sufridas que no son ninguna broma, tienen intención de reincidir.

¿Dónde está la gracia? Estos dos riojanos engrosarán el listado que ha elaborado la Universidad Pública de Navarra; una relación que indica cómo, en cuarenta años, San Fermín se ha cobrado 1324 heridos por traumatismos y 293 por asta de toro. En total 1617 ciudadanos se han visto afectados por la parte lesiva de la celebración.

Es una fiesta de origen medieval en la que se mezcla la conmemoración al Santo con el marketing, ya que se hizo coincidir de modo pragmático con el tradicional mercado de ganado. Fue el escritor Ernest Hemingway quien dio a los sanfermines la pátina internacional con la publicación de su libro, Fiesta, sublimando a categoría de arte lo que, no nos engañemos, no pasa de ser un encuentro masivo en el que corre el alcohol, cunde el machismo, un sector de los participantes se juega la vida y todo acaba de manera sangrienta en un ruedo.

¿O me van a decir que los sanfermines han generado inspiración intelectual, un pensamiento profundo que de pautas para la vida o un gran avance para la humanidad? Solo veo un grupo de animales aterrados en una carrera frenética azuzados por una muchedumbre de vándalos.

Cada año crece más la oposición a las fiestas que incluyen maltrato animal, demasiado frecuente en localidades diversas de nuestra geografía en las que parece que la insensibilidad está bien asentada. Por fortuna hay iniciativas, como la del Tribunal Supremo, que dio la razón a la Junta de Castilla y León frente al Ayuntamiento de Tordesillas para acabar con la muerte en público de un toro a lanzazos, el denominado toro de la Vega. Seguirán matándolo, pero al modo habitual.

Asimismo, hay iniciativas como la del Ayuntamiento de Barcelona o el Parlamento balear prohibiendo las corridas de toros o la muerte del animal en la plaza, respectivamente, que el Tribunal Constitucional echó para atrás. Y es que el Gobierno del PP declaró los toros “patrimonio cultural inmaterial” por ley en 2013 y 2015. Un concepto que el partido ultraderechista Vox entiende –como los populares- como esencial de las tradiciones españolas.

Pero, a pesar de la sentencia, el consistorio barcelonés mantiene vigente la prohibición genérica de “matanza pública de animales”, prevista en el texto de la Ley de Protección de los Animales.

Los que creen que los toros son España, se equivocan.  Nuestro país, no se puede definir como un territorio que disfrute torturando y sacrificando a un animal para regocijo y deleite de una serie de bárbaros que acuden al coso como quien va a misa, impregnados de devoción, pero con una añadida morbosa atracción hacia la muerte. Tal concepto es propio de ideologías autoritarias, como las de Pablo Casado y Santiago Abascal.  A eso no se le debe llamar Patria.

 Enric Sopena es Presidente ad Meritum y fundador de ElPlural.com