En política, como en todo en la vida, nunca es bueno, ni aconsejable, dar algo por hecho sin haber conseguido hacerlo. El exsocialista y ahora independentista Ernest Maragall -que en muy pocos años pasó de descalificar al sector catalanista del PSC liderado por Raimon Obiols como “catalanistas pequeñoburgueses” y atacar en público con gran dureza a los dirigentes de ERC con quienes integraba el Gobierno de la Generalitat que presidía José Montilla, a abrazar con la fe propia del converso el ideal secesionista de la mismísima ERC a la que tanto había menospreciado- haría bien en tenerlo muy en cuenta. Es muy cierto que Ernest Maragall venció en las elecciones municipales del pasado domingo en Barcelona. Una victoria sin duda meritoria, aunque muy ajustada, con tan solo unos pocos sufragios más que los obtenidos por la hasta ahora alcaldesa Ada Colau, con quien empató en número de concejales -10 para ERC y otros 10 para los comunes-, con el socialista Jaume Collboni en tercera posición con 8 y con el muy difícilmente definible Manuel Valls como candidato independiente de Ciudadanos en cuarta posición y con 6 ediles, seguidos todos ellos por JxCat con 5 y el PP solo con 2. 

Por mucho que él mismo, ERC e incluso casi todo el secesionismo catalán dé ya por sentado que Ernest Maragall será el nuevo alcalde de la capital catalana, no está escrito que necesariamente tenga que ser así. Entre otras muchas razones, porque tanto el propio Maragall como ERC han dicho y repetido hasta la saciedad que su gobierno municipal fundamentalmente estaría al servicio de la causa independentista, pero resulta que en los comicios municipales en Barcelona el separatismo solo ha sumado 15 de un total de 40 concejales, incluso tres menos que en las elecciones locales de 2015. No sería de recibo la consagración de un equipo de gobierno municipal barcelonés puesto sobre todo al servicio de la causa separatista cuando ésta no cuenta con el apoyo mayoritario de la ciudadanía.

Decepcionada por su relativamente inesperada derrota electoral, Ada Colau se ha apresurado a proponer un gobierno municipal de izquierdas con ERC y PSC. Una opción bienintencionada, pero imposible. Imposible por los lógicos vetos cruzados, de Maragall a Collboni y de Collboni a Maragall. E imposible también porque poco de izquierdas son las políticas aplicadas por ERC en los sucesivos gobiernos de la Generalitat en los que ha ocupado destacadas consejerías, bajo las presidencias consecutivas de Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra.

El primer secretario de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, ha sido el primero en atreverse a decir en público lo que algunos comenzamos a apuntar la misma noche del pasado domingo: que puede existir una mayoría absoluta alternativa que evite la elección del secesionista Ernest Maragall como alcalde de Barcelona. Una mayoría que podría contar con el apoyo externo de los votos de tres de los seis concejales de la candidatura de Ciudadanos liderada por Manuel Valls: él mismo, el exsocialista Celestino Corbacho y la exdemocristiana Eva Parera. Son tres concejales independientes, que no responden por tanto a la disciplina de partido ni a las consignas de Albert Rivera, y que pueden dar un vuelco a la elección del alcalde de la capital. Sus 3 votos, sumados a los 10 de los comunes y los 8 del PSC, suman 21, exactamente la cifra mágica de la mayoría absoluta, suficiente para impedir el acceso del independentista Ernest Maragall a la alcaldía de la capital catalana. La condición impuesta por Manuel Valls y los suyos podría ser la renuncia tanto de Colau como de Collboni a optar por el cargo de alcalde, aceptando tal vez al segundo de la todavía alcaldesa, Joan Subirats. Un académico y activista de larga trayectoria política de izquierdas, indiscutiblemente catalanista y federalista, en modo alguno separatista.