Los científicos del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (el famoso IPCC) llevan más de 30 años monitorizando la evolución del calentamiento global y alertando sobre los posibles riesgos a los que nos enfrentamos.

Creado en 1988 por la Organización Meteorológica Mundial (WMO) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), sus informes de evaluación son la hoja de ruta a seguir para evitar un aumento de las temperaturas superior a los 2 °C, límite a partir del cual las consecuencias podrían ser catastróficas, y contenerlo en torno a los 1,5 °C.

Entre los posibles impactos que generaría una horquilla de aumento de las temperaturas de entre los 1,5 °C y los 2 °C estaría el deshielo del permafrost: la capa de suelo que permanece permanentemente congelado en las regiones más frías del planeta y que ocupa cerca del 16% de su superficie terrestre. En especial preocupa el deshielo del suelo ártico, que antes de la última glaciación estuvo cubierto de vegetación.

En amplias regiones de la tundra o la taiga el suelo permanece helado a entre uno y seis metros de profundidad, conservando esa vegetación que se congeló durante la última edad de hielo, hace aproximadamente unos 20.000 años.

Según los expertos, el deshielo de esas capas de permafrost liberaría billones de toneladas de gases con efecto invernadero como el metano: veinte veces más potente que el CO2. Y ahora sabemos que en amplias regiones del Ártico el permafrost se está descongelando antes de lo previsto como consecuencia de las constantes y severas olas de calor.

En lugares como Siberia, Alaska y Canadá se están registrando temperaturas hasta veinte veces más altas que los valores medios registrados a lo largo de la historia, lo que está provocando un deshielo muy brusco del suelo que podría llevar a su descongelación total antes de finales de siglo. 

Para los científicos, esa descongelación súbita del permafrost del Ártico marca un peligroso punto de inflexión en la actual crisis climática, ya que las emisiones netas del metano y el dióxido de carbono almacenado en su interior serían muy superiores a las vinculadas a la quema de combustibles fósiles desde el inicio de la revolución industrial, lo que nos situaría en el peor de los escenarios imaginables para contener el calentamiento global por debajo de los 2 °C de límite.

Para evitarlo es necesario reducir al máximo las emisiones de CO2 y avanzar hacia una descarbonización total de las actividades humanas en el menor espacio de tiempo posible. De lo contrario los propios científicos se muestran incapaces de hacer un pronóstico mínimamente favorable sobre el futuro que nos aguarda.