Sigo la trayectoria del tenista Rafael Nadal desde casi sus comienzos, no sólo por el interés que me ocasiona la superación humana a través de las disciplinas artísticas, intelectuales o deportivas-es parte de mi formación clásica, qué vamos a hacerle- lo cual conforma una estructura de pensamiento muy particular sobre la amplitud de la cultura, que debe ser una concepción abierta y no elitista, aunque sí exigente.

A esto hay que añadirle una cuestión menor por anecdótica, aunque importante para mí, y es la manía de indagar en personajes consagrados por sus logros humanos, de la historia o del presente, nacidos como yo bajo el signo de los gemelos-es lo que los andalusíes llamaban las “ciencias pretéritas, basándose en los estudios de Aristóteles sobre la astrología que él consideraba una ciencia más- y entre los que hay personajes de disciplinas tan dispares y tan admirados como Errol Flyn, Federico García Lorca, Tony CurtisSir Lawrence OlivierLuis Rosales o Marilyn Monroe. Da la casualidad, además, que el sobrehumano Nadal y yo, humildemente, compartimos día y mes de cumpleaños, como me ocurría con mi querida y admirada amiga la escritora Dulce Chacón, motivo durante muchos años de cierto ritual amistoso de felicitaciones mutuas.

Bobadas aparte, lo que más me sedujo de Nadal desde el principio, es su capacidad de superación y lucha, propia de personas con una enorme fortaleza no sólo física sino mental y espiritual. El deportista Pete Sampras aseguró en unas declaraciones cuando se convirtió en número uno del mundo, indiscutible,  sobre el de Manacor que “Rafa es un gran luchador y realmente me impresiona. Está completando su mejor año y claramente debe ser el número uno. Pensemos que tiene 22 años. Me parece increíble lo que es capaz de hacer y creo que cada vez lo hará mejor”. Lo sigue demostrando a lo largo de toda su carrera, fulgurante para la edad que tiene. Rafa Nadal ganó su primer torneo a los ocho años, en Baleares. Ha batido récords de precocidad en el circuito uno detrás de otro y, quitando a Michael Chang, es el jugador que ingresó antes –a los 17 años– en la selecta lista de los 100 mejores tenistas del mundo que elabora la ATP.

También tras Michael Chang, es el segundo jugador más joven en ganar un torneo Masters Series: con 17, llegó a la tercera ronda de Wimbledon, logro que sólo  había conseguido antes Boris Becker. Además, fue el jugador más joven en ascender al quinto puesto de la Lista de Entradas desde que lo lograra Michael Chang en 1989. Rafael Nadal fue también  el más joven ganador de la Copa Davis con 18 años y 187 días, superando al australiano Pat Cash, 18 años y 215 días. Nadal ya era el jugador español más precoz en debutar en una eliminatoria de Copa Davis, cuando disputó su primer partido, el seis de febrero de 2004, ante Jiri Novak, con 17 años, ocho meses y tres días. La hazaña de convertirse en número uno del tenis mundial con 22 años, y conseguir la medalla de oro de los Juegos Olímpicos, fue sólo la culminación meteórica de una carrera abonada con el sudor del esfuerzo personal. Roger Federer, anterior número uno del mundo, su adversario y sin embargo amigo, aseguró que “Rafa ha realizado un gran juego para conseguir ser número uno. Es lo que yo he esperado desde que alcancé la cima, que si alguien me superaba lo hiciera porque ha jugado un tenis excelente, ganado los mejores torneos y dominado el circuito. Por eso creo que, sin ninguna duda, Rafa se lo merece”.

Hoy sabemos, además, que es de los pocos deportistas de élite que no elude sus obligaciones tributarias como otros, que elaboran complicadas arquitecturas financieras para defraudar a Hacienda. También que, cuando se le necesita está. Tenemos en nuestra retina emocionada las imágenes de hace unas horas, y que han sido portada del rotativo inglés The Times, dando la vuelta al mundo, de cómo se ha remangado para ayudar a sus vecinos de Mallorca. Desde el primer momento puso su centro deportivo de Manacor a disposición de los damnificados. Mientras otros han ido el minutaje de rigor para hacerse la foto, un ejercicio de postureo -término ya recogido por el diccionario de la Real Academia de la Lengua-, o para aprovechar la  desgracia que se ha llevado de momento diez vidas y ha destrozado otras cientos, para tratar de atacar a los demás con carroñeros argumentos de imprevisiones, él se ha remangado y se ha puesto a quitar barro. No es mala metáfora.

Desde la antigüedad clásica, desde los días de Olimpia, allá por el siglo octavo antes de Cristo, cuando estos juegos fueron instaurados con una paz sagrada inquebrantable  en todo el mundo heleno, los ganadores de las distintas disciplinas eran considerados divinos, y tratados como tal, siendo inmortalizados en esculturas y tratados como encarnaciones de los héroes míticos. Hoy en día, en un mundo más descreído en el que se ensalza la nadería y el bajo vientre desde los medios de comunicación, y en el que todo es utilizable como arma arrojadiza, yo quiero dedicar estas líneas a un muchacho que, como en la antigüedad, nos hace recordar de cuanta grandeza somos capaces cuando perseveramos en ello y nos esforzamos. Es luz entre tanta sombra. Tal vez porque, cuando esto sucede, nos acercamos, como Rafa Nadal, un poco más, a lo mejor del género humano, a la humanidad y a la divinidad que anida en nosotros, a la imagen de los dioses de las epopeyas.