España dio un salto cualitativo y cuantitativo en la defensa de los derechos de las personas LGTBI cuando se aprobó el matrimonio igualitario; una reforma importante del artículo 44 del código civil que se produjo en el año 2005. Este paso gigante nos situó a la vanguardia en materia de derechos e igualdad, nos mostró tanto ante Europa como el mundo como un país moderno, respetuoso y progresista.

 A pesar de este gran avance legal, que culminó con la aprobación de la Ley de Identidad de Género dos años más tarde, no hemos vuelto a caminar de manera decidida como sí lo hicimos en el 2005 en la defensa de la diversidad en nuestro país. Y la prueba es que, en aquellos rankings en los que aparecíamos como uno de los países que más respetan la diversidad, hemos ido perdiendo posiciones y con ello perdiendo relevancia en el ámbito internacional. Pese al avance y gracias las leyes que se han ido aprobando en los parlamentos autonómicos, no hemos caído de una posición digna en los marcadores internacionales. Aún hoy seguimos reivindicando una ley estatal que acabe con todo tipo de discriminación por cuestiones de orientación sexual, identidad o expresión de género

 Cuando analizamos la realidad de las personas LGTBI en el entorno laboral nos encontramos con la preocupante falta de visibilidad de lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersexuales en el trabajo. La diversidad no ha llegado a las empresas, a pesar de que conquista puestos en las calles, al menos para los trabajadores y las trabajadoras del colectivo y se necesita un verdadero impulso para erradicar la discriminación que sufrimos en nuestro entorno laboral.

 Se dice que dos de cada tres personas trabajadoras LGTBI ocultan su identidad de género, es decir, que son trans; o su orientación sexual, si son lesbianas, gais, o bisexuales, en sus centros de laborales. Lo hacen a pesar de que, en sus círculos, tanto el familiar como el social, son perfectamente visibles y no tienen ningún problema en hablar de su vida privada. Lo hacen porque saben que el entorno laboral puede constituir un espacio de exclusión y producir alguna forma de discriminación que les afecte o ponga riesgo su situación laboral.

 Salir del armario es una carrera de obstáculos. Es el acto más revolucionario que puede hacer una persona en su vida a título individual porque rompe con los esquemas y las expectativas que tienen nuestras familias y las personas más cercanas preparadas para nuestra vida y nuestro futuro. 

 Es construir una vida nueva y tener la valentía de hacerlo supone un enorme esfuerzo y la capacidad de cada cual de aguantar lo que venga. Pero no salimos del armario en el trabajo porque el temor a jugarte el futuro, el pan y la ocupación nos aterroriza. 

 Algunas empresas apuestan por la diversidad, sí, pero la diversidad no ha entrado en las empresas. Al menos no para las trabajadoras y los trabajadores, porque existe un intento de apropiación de la causa del colectivo con fines mercantilistas y comerciales

Somos un producto, un mercado o usuarios porque así nos ven en el mundo empresarial. Pero nada de esto importa si a los trabajadores y a las trabajadoras se les despide, se les maltrata o se les aplica lo peor de la reforma laboral. Ninguna empresa será respetuosa con los nuestros derechos si despide embarazadas, niega permisos de paternidad, paga diferente a hombres que a mujeres o su personal LGTBI no se siente libre y seguro para manifestar su identidad.