Barack Obama llegó a la Presidencia de los Estados Unidos de América envuelto en el aura del estadista que cambiaría el mundo comenzando por poner orden en su propia casa. Bush hijo legaba al primer presidente negro un país desmoralizado, sumido en guerras interminables pese a que se cantaban victorias en las cubiertas de gigantescos portaaviones, y con el barro de la crisis económica cubriendo los pies del gigante. Si atendemos a esta parte de la historia, es de justicia adjudicarle a Obama haber cumplido su promesa electoral. Estados Unidos cambió. Quizás no tanto como muchos anhelaban, pero lo suficiente para mirar con dignidad a los ojos de sus propios ciudadanos y no perder el respeto de buena parte del mundo.

Comenzar a solucionar el problema de una deficiente sanidad pública; afrontar una nueva política exterior, acorde con un panorama internacional tan plural como complicado, muy alejado de la doctrina de buenos y malos adoptada por Bush; frenar la caída libre de una economía asfixiada hasta lograr que el PIB vuelva a crecer y crear empleo o, como no, haber puesto sobre la mesa la cabeza de Osama Bin Laden, son puntos a su favor que Obama ha tratado de explotar al máximo desde que comenzó una campaña electoral interminable. Buscando llevar al votante a la reflexión sobre lo tangible, incluso con Guantánamo abierto, mientras se queda atrás todo ese torrente de sensaciones que le hicieron presidente y podrían dejarle sin un segundo mandato. Porque es en el terreno de las ilusiones, mucho más complicado de calibrar, donde Obama se ha encontrado una depresión colectiva mucho más profunda de lo que esperaba que desde luego no ha sido capaz de tratar en toda su dimensión.

El hombre que volvió a Berlín como presidente de los Estados Unidos para mandar un mensaje de esperanza al mundo lleva meses batiéndose el cobre por las carreteras de Ohio, Virginia, Nevada… Quizá muchos, con el propio Obama a la cabeza, jamás imaginaron que la reelección estaría tan cara. Es la consecuencia lógica por las expectativas generadas. Eran tan altas, y tanta la esperanza depositada sobre las espaldas de un solo hombre, que a nadie hubiese extrañado que terminase llevándoselo por delante. Por eso los cuatro años más son un logro enorme, solo al alcance del hombre que comenzó una campaña electoral americana con un mitin en la capital de Alemania.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin