No nos engañemos, mientras la economía siga paralizada – crecer al 0.1 o al 0.2 por ciento no es crecer – no habrá novedad en el frente. El paro seguirá escalando posiciones.

El Gobierno se encuentra en un maldito embrollo desde que, presionado por el pánico, despidió a Keynes que nos había legado la mejor receta contra la depresión: incrementar la obra pública.

Aplicado a piñón fijo con el recorte presupuestario que afecta sensiblemente a la inversión en infraestructuras – la licitación ha caído en casi un tercio en los últimos doce meses – asiste impotente a la constatación de una sangría incontenible de empleos.

Y es que la única salida que tienen muchas empresas ante la disminución de la demanda interna es la de seguir reduciendo costes laborales. Muchas ya no cuentan con ese recurso al verse obligadas a echar el cierre a su actividad.

No hay que olvidar que la demanda interna es la mitad de la demanda total y que el consumo se mantiene cicatero ante el temor de que, contra lo que asegura el Gobierno, lo peor no haya pasado.

Es lamentable pero cierto: las únicas empresas que obtienen resultados son las que desarrollan una parte importante de su balance en el extranjero.

Las exportaciones han crecido un 27 por ciento en los dos primeros meses del año y el turismo ha superado todos los pronósticos en la Semana Santa. Es un alivio pero no es suficiente.

Estamos cara al sol y a la playa como en los viejos tiempos en los que el turismo salvaba nuestra balanza de pagos.

No es para tanto en estos momentos porque nuestro endeudamiento con el exterior es muy alto pero recibimos como agua de mayo que el incremento de los ingresos por turismo haya mejorado en el primer trimestre en el 2.4 por ciento.

Y que las estimaciones del sector para el conjunto del presente año sean de un crecimiento del 2.2 por ciento, mucho más que lo que el Gobierno ha previsto para el PIB en su conjunto de forma un tanto voluntarista en el 1.3 por ciento.

Esta bien recortar gastos superfluos o que puedan dejarse para mejor ocasión pero yugular la inversión pública no es la solución. Reducirá el déficit de momento. pero la voraz tijera tiene un límite.

La salud de las cuentas se asegura mejor con el crecimiento de los ingresos y estos, como la disminución consecuente del paro, depende de la animación de los negocios.

Para conseguirlo no se ha inventado nada mejor que las recetas prescritas por el Sr. Keynes a las que habría que añadir que circule el crédito. Desgraciadamente el saneamiento del sistema financiero se ha abordado tarde y mal.