Hace ya casi como un cuarto de siglo, en el lejano 1995, un reconocido y muy respetado periodista de investigación, el catalán Pepe Rodríguez, tuvo la osadía de publicar un libro, La vida sexual del clero. Previamente conocido ya por sus rigurosos trabajos periodísticos sobre las sectas destructivas, con cerca de una docena de libros publicados sobre esta temática, Pepe Rodríguez se atrevió ya entonces a poner el dedo en la llaga del criminal escándalo de la pederastia sacerdotal.

Fue ignorado, despreciado, menospreciado, insultado y vejado, en el mejor de los casos fue ignorado, silenciado y condenado al ostracismo. Fuimos muy pocos quienes nos hicimos altavoces de sus denuncias, todas y cada una de ellas rigurosas y documentadas. Ahora, cuando la pederastia religiosa se ha convertido en un gran escándalo también en España - ¿cómo no iba a acabar siéndolo? -, convendría leer o releer aquel libro pionero de mi buen amigo Pepe Rodríguez, volver a aquellas fuentes que entonces solo unos pocos entendimos que apuntaban a la punta emergente de un iceberg de enormes dimensiones.

La exhibición en Netflix de Examen de conciencia, el excelente documental de  otro buen amigo, Albert Solé, dedicado a la denunciar de unos casos concretos de pederastia sacerdotal a través de las voces de las propias víctimas, ha hecho que este escándalo llegase definitivamente a la opinión pública. Ya fue muy importante la labor de periodismo de investigación realizada por el equipo de El Periódico de Catalunya partiendo del caso maristas, que obtuvo el premio Ortega y Gasset. También lo fue la película de Pedro Almodóvar La mala educación, tan vilipendiada por quienes se empeñaban todavía en negar la evidencia. Como importantes han sido otras películas, desde el documental Líbranos del mal hasta la oscarizada Spotlight o En primera plana, Kler, La duda, Obediencia perfecta, Las dos caras de la verdad, El club, Las hermanas de la Magdalena, Los niños de San Judas

En una España con tan hondas raíces de nacional-catolicismo, y como se ha visto también en una Catalunya tan impregnada de su propia versión de nacional-catolicismo, la pederastia religiosa ha aflorado de forma espectacular y escandalosa

Largometrajes, libros, documentales, reportajes de buen periodismo de investigación, en países muy distintos y en contextos históricos recientes, han puesto en evidencia que la pederastia religiosa, los abusos sexuales y físicos infligidos por sacerdotes, monjes, frailes y monjas durante muchas décadas y aún ahora en infinidad de países, y evidentemente también en el nuestro, es un escándalo extraordinario y de una magnitud que supera con creces lo que algunos podían sospechar. Un escándalo que, vista no ya la pasividad o la falta de respuesta adecuada por parte de las autoridades eclesiásticas, sino incluso de su complicidad silenciosa y hasta de su encubrimiento delictivo, exigen de las autoridades judiciales, policiales y políticas las debidas respuestas contundentes.

En una España con tan hondas raíces de nacional-catolicismo, y como se ha visto también en una Catalunya tan impregnada de su propia versión de nacional-catolicismo, la pederastia religiosa ha aflorado de forma espectacular y escandalosa. Es muy grave que durante tanto tiempo, y en tantos países, las autoridades eclesiásticas, tanto las locales en cada caso puntual como las mundiales en general, hayan intentado ocultar, silenciar, encubrir o tapar estos crímenes, porque crímenes son los abusos sexuales y físicos infligidos a niños y niñas, a adolescentes y jóvenes de ambos sexos, a menores de edad en definitiva. Es obvio que los pederastas religiosos lo ignoran, mucho más grave es que pretendan ignorarlo sus jerarcas, que olvidan cómo, según sus propios Evangelios, Jesús dijo algo tan contundente como esto: “Ay de quien escandalice a uno de estos niños que creen en mí, más la vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar”.

No obstante, las autoridades civiles no pueden mantenerse silenciosas, calladas e inoperantes ni un solo momento más. Esto pasa, en primer lugar, por el inmediato inicio de las necesarias investigaciones policiales y judiciales, por la apertura de las causas que puedan derivarse de ellas, por la exigencia de las correspondientes responsabilidades penales personales y colectivas, por la inmediata retirada de toda clase de subvenciones y ayudas públicas a los centros afectados y, si es preciso, incluso a la pura y simple clausura de otros.

Una apostilla final: ya sé que la frase que he tomado para titular este artículo no se corresponde en su literalidad a lo escrito por Cervantes en El Quijote, aunque así ha pasado a ser utilizada de forma habitual. Lo que Cervantes escribió fue esto: “Con la iglesia hemos dado, Sancho”. Palabras sin duda más llanas pero no por ello más profundas. En una versión u otra, vienen a pelo sobre algo tan escandaloso y grave como lo aquí reseñado.