Ahora va a resultar que todo el mundo admiraba a Antonio Gala. No lo parece frente a los largos años de silencio en los medios y los maledicentes comentarios de muchos de sus contemporáneos literarios, aplastados por la envidia de sus colas infinitas en la Feria del Libro de Madrid mientras él estuvo en activo. El primero que se reiría de esta circunstancia sería Antonio, irónico, sagaz, una de las inteligencias vivas más extraordinarias que yo haya conocido. Recordando a Óscar Wilde, que junto con Bernard Shaw eran de los autores predilectos de Gala: “si quieres que hablen bien de ti, muérete”. Aunque esta aseveración es cada vez menos usual, y hay quienes, incluso en circunstancias tan luctuosas, aprovechan para hacer leña del árbol caído, cosa que les retrata más a ellos que a los de cuerpo presente.
Quiero embridar los caballos de la emoción, de lo mucho vivido y compartido con Antonio, para poner de relieve su relevancia literaria y política en este mundo líquido y sin memoria, cada vez menos. Hace justo ahora sesenta años un joven dramaturgo cordobés, nacido en Brazatortas, Ciudad Real, más conocido hasta el momento como poeta, Antonio Gala, cosechaba un éxito incontestable con su comedia “Los Verdes Campos del Edén”. Era el año 1963 y esa obra, protagonizada por Julieta Serrano, Antonio Ferrandis, José Bódalo y Amelia de la Torre, enfervorizó a la crítica, que le otorgó el Premio Nacional de Teatro Calderón de la Barca, y al público, que la premió con casi una década de representaciones prorrogadas, incluyendo aventuras internacionales como sus funciones en Israel, algo inusual hasta entonces para un autor español vivo. En la crítica de la época recaló este impacto con comentarios como que “Este poeta, utiliza las palabras como el más precioso instrumento de la invención teatral”. Y es que Gala, no ha dejado de ser, nunca, ni en el teatro, ni en la narrativa, ni en el periodismo, un poeta. Lo fue ya en su fulgurante debut literario como accésit del Adonáis, 1959, con su “Enemigo íntimo”. Se reafirmó en la posterior entrega, “Meditación en Queronea”, de 1965, un bellísimo y estremecedor libro, hondo, poética y estéticamente hablando y quizá no muy conocido de su autor. En plena entronización de la llamada poesía social, él se atrevía con un sorprendente aire de corte culturalista, cercano a las preceptivas del grupo Cántico pero más de por libre, zarandeando la monocorde consonancia estética del momento. En 1997, ya consagrado por el éxito, editó su compilatorio “Poemas de Amor”, siendo el único autor español que consiguiera vender un millón de ejemplares de un libro de poemas, asunto que encajaron mal los egos del paisanaje literario. Quizá por esta razón, y porque no ha sido nunca persona fácil, los prebostes de los premios oficiales no le hayan mimado demasiado, siendo, por méritos curriculares y literarios merecedor de alguna distinción importante que gozan algunos escritores más mediocres, por no decir olvidables. “La vida de nadie, muy de cerca, aguanta una mirada”, aseguraba Wilde. Debieran ciertos premios valorar la obra y no personalidades, como si fueran certámenes de Miss Simpatía y no de méritos literarios. Pero que Gala, como Pilar Paz Pasamar, a la que adoraba, o Mariluz Escribano, no fueran premios Cervantes, Príncipe de Asturias, o Nacional de las Letras, es un demérito de esos premios y no de los autores.
Antonio Gala fue en esos años decisivos de los sesenta y setenta un intelectual comprometido. Tras el éxito de Los Verdes Campos del Edén, su teatro se volvió aún más político, y piezas como Por qué corres Ulises, o sobre todo El sol en el Hormiguero-que era una sátira durísima contra la dictadura de Franco-, le ocasionaron problemas con la censura, primero, y luego procesos judiciales, cárcel, y hasta una paliza en Murcia, por parte de unos exaltados, que casi lo asesinan. Esto, que no se ha contado demasiado, está refrendado en prensa, incluso con declaraciones de un Manuel Fraga que era entonces ministro de Información y Turismo del Régimen y que, en medio de sus esfuerzos por el supuesto aperturismo, se encontró con este suceso ante el que exclamó: “lo que me faltaba, otro Lorca”. Afortunadamente no fue mortal, aunque casi, aquella paliza contra el autor, que no sólo no se arredró, sino que se creció, aupado por el éxito y apoyo del público. Su significación con el progreso y la izquierda de este país fue manifiesto, fundamental en nuestra transición, aunque nunca fue dócil con lo que no le parecía bien, incluso si eran “los suyos”, como manifestó en más de una ocasión.
Gala siempre encontró un lugar suyo entre el público, que le dio su favor y, desde luego, en el teatro y en la música. Esencialmente poeta, la relación más fructífera, al margen de exitosos musicales como “Carmen, Cármen”, con la indispensable Concha Velasco, una de las actrices más versátiles y valiosas de nuestra escena, ha sido la establecida con la cantante Clara Montes, a quien unía vínculos prácticamente familiares. Esta intérprete y compositora, una de las más singulares y exquisitas de la música española por su capacidad de emocionar desde la desnudez del talento y la elegancia, inició su carrera en solitario con un disco de enorme éxito “Clara Montes canta a Antonio Gala”, producido por Rosa León, y la colaboración, entre otros, de Antonio Vega, Pedro Guerra o Emilio Stefan, que quedó fascinado con la belleza vocal de Clara Montes. Siete discos después, más hecha y consolidada, más sabia interpretativa y musicalmente hablando, la cantante sacó una verdadera joya discográfica, ya indispensable, con el nombre de “Vuelvo a Antonio Gala”, que se hizo a petición del propio Antonio, y que sorprende a su autora de gira, 25 años después, con el fallecimiento de su protagonista. En medio de unas extrañas elecciones, Gala se ha ido, “sin hacer ruido, mientras mi corazón salpica y juega”, como escribió en uno de sus poemas. El único y verdadero amor de este escritor fue la literatura y su compromiso con su tiempo, para el que fue incondicional y decisivo. Veo y leo opinar sobre él a gente intrascendente, frívola, que no lo conoció o apenas lo rozaron. Algunos, incluso, que le vendieron, vilipendiaron, o incluso traicionaron, apartando de su vida a casi todos los que de verdad lo amaron. Para ellos sus despojos. Yo quiero recordarlo rodeado de la gente con la que amó, vivó, rio y compartió: Fernando Quiñones, Silvia Martín, Paco Campos, Pepe Agost, Ángela González-Byas, Ángel Aranda, Concha Velasco, José Infante, Juan Ribó, Antonio Hernández, Elsa López, Manuel Cabrera, Luis Cárdenas, Clara Montes o Javier Ayarza…Te admiramos y te quisimos, con eso basta…”me olvidara de mí si te olvidara”, te escribo ahora, Antonio, usando contra ti, o para ti, tus propios versos. “Dónde pudo perderse tanto ruido,/tanto amor, tanto encanto, tanta risa,/tanta campana como se ha perdido”.