Iba a empezar diciendo que me ponía el chubasquero, no sólo por el temporal que sufrimos, sino porque cada vez que me he manifestado como un feminista militante me ha llovido desde el anonimato de las cavernas mediáticas, y no tan anónimamente, toda clase de improperios y bromas que, en realidad, sólo enmascaran las inseguridades de identidad de quienes las esgrimen. Llegados a este punto, y como he hecho siempre, abordemos el tema a pecho descubierto.

La cuestión del feminismo, por mucho que algunos pretendan desvirtuarlo, no es antónimo del machismo, salvo en el fondo, pues el feminismo, si nos atenemos a las definiciones de la RAE, es un principio de igualdad de derecho entre la mujer y el hombre, mientras que el machismo es una actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres y una forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón. En este sentido, aunque comprendiendo que es connatural en las mujeres la lucha por sus derechos y equiparaciones, o así debiera ser, que como en todo hay excepciones, nunca entendí como ajena, por una cuestión de justicia, pero también de inteligencia  e igualdad, la causa del feminismo, sino como cosa mía.

Así lo he reivindicado en mi obra, desde “Mujeres de Carne y Verso”, a cursos y simposios que he propuesto o dirigido, como “Hijas del 27”, sobre las escritoras y pensadoras de la Edad de Plata de la Poesía española, no sin tener que sufrir el rejón de muchos, y también de alguna. al proclamar, una vez más, públicamente, que #YoTambiénSoyFeminista. Al fin y al cabo, mujeres perseguidas por sus reivindicaciones intelectuales, artísticas, legales o, simplemente, por su derecho a ser y expresarse, eran conducidas en las mismas carretas, a las mismas hogueras, o a los mismos manicomios, que hombres como yo por razones muy parecidas…

Que el siglo XXI será un siglo fundamental para la consecución de las metas de las mujeres, aún discriminadas en muchos lugares del mundo, también en la cultura, es tan evidente como que el anterior fue el terreno abonado de grandes voces femeninas que se alzaron en la reivindicación de sus capacidades intelectuales y creativas, más allá de la impuesta labor reproductiva que les imponía la sociedad. El grupo de las poetas ”Tremendistas”, en plena y durísima posguerra española, y del que decía en tono despectivo cierto poeta olvidado y oficial al que no nombraré, que eran “esas mujeres que se arrancan cuando escriben la matriz y la ponen encima de la mesa”, formado por escritoras de enorme valor y talento como Ángela Figueras, Elena Martín Vivaldi, Concha Zardoya, Gloria Fuertes o una benjamina Pilar Paz Pasamar, sentaron las bases de ciertas conquistas en el campo de la literatura, desbrozando el camino de otras posteriores. Merece la pena recordarlo, ahora que estamos a punto de celebrar el Día Internacional de la Mujer, como conmemoración a cierto  27 de agosto de 1910, en el que  más de un centenar de mujeres de diversos países asistieron a la Segunda Conferencia de Mujeres Socialistas en Copenhague, Dinamarca. Luchaban por un derecho fundamental: el voto, y establecieron el 8 de marzo como su efeméride.

Aquí contamos con la incansable abogada y escritora Clara Campoamor, maltratada y denostada por propios y extraños, a pesar de conseguir en los republicanos años 30 el sufragio universal, logro que le pagaron no volviendo a contar con ella como diputada.  Como antecedentes históricos, se toman tres hechos ocurridos en Nueva York, EE.UU.: el primero, en marzo de 1857, cuando miles de trabajadoras marcharon en protesta por sus miserables condiciones laborales. El segundo, en 1908, se cumplen ahora 110 años, cuando cuarenta mil costureras industriales se declararon en huelga en demanda de mejores salarios, reducción de la jornada laboral, abolición del trabajo infantil, y el derecho a unirse a los sindicatos. Los dueños de la fábrica Cotton Textile Factory encerraron a sus empleadas para que no se unieran a la huelga y se desató un incendio, parece que intencionado, que provocó la muerte de 129 obreras. El tercero ocurrió en  1909, y Nueva York fue de nuevo testigo de las protestas de 15.000 mujeres trabajadoras. Bajo el lema "Pan y Rosas", en el que el pan simbolizaba la seguridad económica y las rosas la calidad de vida, y las mujeres extendieron sus protestas hacia el derecho al voto y el fin de la esclavitud infantil. En 1975, las Naciones Unidas establecieron el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, recogiendo en su Declaración y Programa de Acción de Viena:  "Los derechos humanos de la mujer y de la niña son parte inalienable, integrante e indivisible de los derechos humanos universales. La plena participación, en condiciones de igualdad, de la mujer en la vida política, civil, económica, social y cultural en los planos nacional, regional e internacional y la erradicación de todas las formas de discriminación basadas en el sexo son objetivos prioritarios de la comunidad internacional".

Recordaba en un artículo Trinidad de León-Sotelo, otra institución en la historia del periodismo de este país, los años de la desaparición de Carmen Laforet, primera ganadora de la primerísima edición del premio Nadal con la novela “Nada”, y que tantos encontronazos tuvo con la censura, de la que dice que “fue saludada con gozo por Juan Ramón Jiménez, Azorín, Ramón J. Sender, escritor éste que en cartas cruzadas posteriormente con Carmen, celebraba, también, su modo de ser persona.”.

No sería la única relación epistolar que desvelaría sorprendentes datos biográficos de esta autora pionera, como los que recogió en un estudio la profesora de la universidad gaditana Marisol Dorao, sobre la correspondencia entre Laforet y Elena Fortun, madre literaria del personaje Celia,  que entablaron una cómplice y apasionada relación durante los últimos años de esta, muy tristes por su separación, por la incomprensión del cainita mundo literario, y otra heridas profundas. Ahora, sobre esta relación epistolar se acaba de estrenar una obra de teatro. Por eso, llega a decir en una carta a Sender: “Usted se ha olvidado de que vivimos siempre en los pequeños reinos de las Taifas, y que una persona que no está declarada en ninguno de estos reinos belicosos, a la fuerza se la considera como enemiga de todos”. Era el dolor y la verdad de una mujer extraordinaria, una de tantas mujeres extraordinarias que han conseguido que hombres y mujeres de hoy seamos mejores, y cuya obligación es, para no volver atrás, no olvidar sus nombres, sus esfuerzos, sus grandezas y sus obras. Sí, #YoTambiénSoyFeminista.

Lo soy porque ellas son mis abuelas, madres, mis hermanas, mis compañeras espirituales, intelectuales y garantes de una sociedad mejor. Lo soy porque su causa es la mía, es la causa de todos.