Después de muchos días de fervor periodístico y ciudadano, con la marca de los auriculares como un tatuaje y los ojos enrojecidos casi tanto como los de Ferreras, finalmente el viernes se produjo el anunciado choque de trenes. Al día siguiente, sábado, al abrir expectante la ventana en mi casa de Barcelona (no tengo otra, pero siempre parece más si se le añade localización) los árboles del jardín seguían en pie, quizá con las hojas algo más mustias, pero estoy convencido que más por el efecto del otoño que por el de la nueva república; y, al menos aparentemente, el Sol iba camino, después de haber salido como cada mañana por el este, de ponerse en la dirección opuesta. 

Los perros de los vecinos, el mío desde su fallecimiento no ha vuelto a ladrar, seguían cotilleando en la lejanía, y ni el asfalto de las calles, ni ningún otro elemento tangible parecía haber padecido ninguna transformación que yo fuera capaz de detectar. Pero todo esto ocurría en el mundo físico, y estamos viviendo tiempos en el que lo real es, precisamente, lo intangible. Sólo asomándose, siempre con precaución, a internet, es uno capaz de percibir la verdad.

Lo primero que me llamó la atención es comprobar que los trenes no habían chocado, sino que, y algunos ya llevaban tiempo advirtiéndolo, circulaban por vías paralelas y ahora, en vez de acercarse hasta colisionar, se alejaban. En uno de los trenes el President de la Generalitat sigue siendo Carles Puigdemont, en el otro es Soraya Sáenz de Santamaría (por cierto, la primera mujer de la historia en ser presidenta de la institución). En el convoy de la República catalana no se anuncian las siguientes paradas, el maquinista lleva tiempo intentando establecer comunicación con algún jefe de estación, pero no ha conseguido que le respondan todavía ni de un triste apeadero. En los vagones de la presidenta los altavoces no dejan de repetir, con esa horrible y autoritaria voz enlatada, que la siguiente parada será el 21 de diciembre.   

Cuanto más tiempo pase, más alejados estarán uno de otro tren, más cerca de que uno de los convoyes salga de cobertura, y más distanciados de una solución. El 21 de diciembre puede parecer para una parte importante de los catalanes una mala estación de destino, pero no encaminarse a ella, supondría un eterno y frustrante viaje a Ítaca .