Directora de dos películas y varios cortos, guionista de cine y televisión con dos Goyas y una Biznaga de plata, escritora finalista de un Planeta y un Edebé de Literatura Infantil, ex Ministra de Cultura, ex presidenta de la Academia de Cine, columnista, actriz (esporádica)… Salta a la vista que en la impresionante trayectoria de Ángeles González-Sinde sólo ha faltado una cosa: tiempo para respirar. Y al margen de la carga negativa de la crisis del coronavirus, lo ha encontrado en el confinamiento, y lo ha aprovechado para montar un par de videocuentos con ayuda del músico Freddy Valero y el dibujante Joseba Díez Iriondo: Kirilandia y El conductor de la línea 11. Listos para servir por mensaje a los niños que no tengamos cerca.

¿Cómo se le ocurrió la idea de crear estos dos Confinacuentos que ha publicado? Los tenía desde hace tiempo, tanto los textos como los dibujos. En su día los ofrecimos a editoriales pero no interesaron, y los conservaba en un cajón. Hace unas semanas quise hacer algo por el Día del Libro, y como también escribo literatura infantil, se me ocurrió esta idea. Edité el primero de estos pequeños videocuentos con el móvil, de forma totalmente intuitiva y artesanal. Y me lo pasé tan bien que a la semana siguiente hice otro cuya historia también recuperé, y ahora estoy con un tercero, Carola Mascarilla, que sí nace de cero, del confinamiento: y como el dibujante se había quedado sin papel y las tiendas están cerradas, les sugerí utilizar cartones recuperados del reciclaje, de los que traen las compras online.

"Crear con libertad requiere un tiempo del no dispones habitualmente. Da que pensar sobre nuestro ritmo de vida".

Le gusta experimentar, ¿no? Sí, y el encierro me ha dado la justificación para hacer cosas por mi cuenta. He tenido un parón en mis colaboraciones de prensa a raíz de las dificultades que están pasando las cabeceras donde escribía, y con más tiempo, he pergeñado estas piezas que se han completado con la generosidad de Freddy Valero, que les ha puesto la música, y Joseba Díez Iriondo, el dibujante, ambos amigos y que me han seguido el ritmo. Así, gracias a esta situación por otra parte terrible, he cumplido algo que llevaba tiempo queriendo hacer y no sabía cómo. En el mundo audiovisual sueles depender del impulso de un productor o una cadena, pero en este caso he ido por libre y he tenido la suerte de que el periódico El País se interesase y colgase los cuentos en su web. Pero hacen falta muchas horas desocupadas y sin distracciones para que te surja una idea. Crear con libertad requiere un tiempo del no dispones habitualmente. Da que pensar sobre nuestro ritmo de vida.

Está bien que autores contemporáneos como usted les escriban cuentos a los niños de hoy, ¿no? Con un lenguaje actual, cercano. Creo que los niños son capaces de asumir todo, desde un lenguaje clásico a uno moderno. A veces queremos que hagan cosas que nosotros no hacemos, y los padres, para que sus hijos lean, lo primero que tienen que hacer es leer. Para que ellos los vean, porque a todos los críos les gusta imitar. Por supuesto hay gente que no tiene posibilidades ni tradición en casa para tener una biblioteca, pero siempre puedes intentar ir a la pública, cuando las abran, y coger algunos títulos. Yo creo que lo importante no es la época en que se escribieron esas lecturas sino su calidad, y hacérselas deseables a los lectores más jóvenes, que vean que tú las disfrutas.

¿Por qué no le pone voz a los Confinacuentos? Pues justamente porque lo que me gustaría es que el adulto que esté con ese niño en casa le tenga que leer el cuento, que sea una experiencia compartida. Sin narrador, el acto de lectura lo hará alguien cercano.

Kirilandia le habla de refugiados, nada menos. Bueno, los niños viven en la misma realidad que los adultos, y ésta los afecta de la misma manera, o quizá todavía más porque tienen más tiempo para pensarla y experimentarla. Al menos, así me ocurría a mí cuando era pequeña.

En la novela que publicó el año pasado, Después de Kim, los protagonistas estaban al otro extremo de la vida, tenían unos 70 años, una edad de la que a menudo se olvidan el cine y la literatura. Sí, y estos personajes acaban protagonizando un thriller, incluso con una persecución. Los acontecimientos los van transformando a lo largo de la novela. Ellos son una pareja inglesa, mayor. Ya están jubilados y divorciados desde hace treinta años, y apenas conservan el contacto porque fue uno de esos matrimonios que terminan con mucho rencor. Su hija, en un momento dado, se afincó en España, en la costa de Levante. Y los padres tendrán que volar juntos hasta aquí para rehacer el camino que recorrió ella en el tiempo que vivió por la zona, y averiguar por qué apareció muerta en su casa, además de por qué no sabían que tenían un nieto de tres años del que su hija nunca les habló. En este embrollo, descubrirán si es posible rehacer una amistad a estas alturas de sus vidas.

La novela Después de Kim la empecé a escribir cuando murió mi hermano, cuando él tenía 37 años"

A una edad en la que ya quizá no esperaban estas vivencias. Sí, de alguna manera se reconcilian con aquellos que fueron cuando eran jóvenes. Aunque la vida los ha llevado por caminos distintos, tienen una misma base. Yo también quería hablar de las nuevas generaciones de familia. En las generaciones previas se planteaban otros conflictos, quizá más duros, pero me pregunto qué seremos, dentro de treinta años, estos padres separados que veo a mi alrededor. Me pregunto qué tipo de relaciones tendremos.

Es un thriller, pero también es una novela intimista sobre la culpa y la pérdida. Sí, sobre el duelo. La novela Después de Kim la empecé a escribir cuando murió mi hermano, cuando él tenía 37 años. Me costó mucho superar aquello, y me hizo pensar en cómo llevaría un fallecimiento tan inesperado la familia de alguien que no viviera en el mismo lugar que la persona que perdió, y cómo viviría esa pérdida si además hubieran vivido muy desconectados del fallecido.

Es una novela muy sociológica, en realidad lo son muchos de sus textos. No lo hago a propósito, me viene así configurada la cabeza. Veo la realidad más como un problema social que como un problema individual, pienso que cosas que vivimos individualmente también las viven las demás, que lo personal está conectado con lo social.

Lo que más cuesta escribir son los guiones. Las novelas son una escritura mucho más libre"

Esta es la novela que escribió después de quedar finalista del Premio Planeta con El buen hijo, otra historia familiar. ¿Tenía mucha presión? Bueno, relativamente, porque tras ganar el premio, en 2013, empezó una crisis grande del libro y no tenía a un editor esperando un manuscrito en la editorial Planeta. De hecho, esta novela la he publicado con la editorial Duomo.

El libro es tirando a drama, pero usted también le ha dado a la comedia, por ejemplo con el guion de Mentiras y gordas. Sí, supongo que esa versatilidad es parte de ser guionista. A veces las ideas no parten de ti, pero tienes que ser capaz de enamorarte de ellas, llevarlas a tu terreno. Hay temas que me resultarían muy ajenos y no me vería escribiendo sobre ellos, pero al final, creo que el guionista tiene casi la obligación de amoldarse a las ideas ajenas para subsistir.

¿Qué es más difícil, escribir novelas o guiones? Lo que más cuesta escribir son los guiones. Las novelas son una escritura mucho más libre. La novela se termina en sí misma, mientras que el guion es pura especulación, y está sujeto a muchas miradas, análisis… Es difícil hacerlo bien y a la primera.

¿Echa de menos dirigir? Sí, supongo que por eso hago estas peliculitas. Me encantaría volver al cine, aunque estoy muy ocupada con las series, con las que también disfruto muchísimo. Cuando llegue el momento de dirigir, llegará.