Según la mitología griega, Pigmalión, el escultor, se enamoró de tal manera de una de sus esculturas, Galatea, que la diosa Afrodita la convirtió en una mujer de carne y hueso. Artista y obra se casaron, tuvieron una hija y, hoy, su historia se utiliza en psicología para identificar un fenómeno que no siempre es positivo: el efecto Pigmalión, según el cual, las expectativas y las creencias que tiene una persona sobre otra pueden condicionar el comportamiento de esta segunda, y convertirse en profecías autocumplidas.

La cosa empeora si es a los niños a los que les colgamos el sambenito de desobediente, celoso o vago, convirtiendo un comportamiento puntual en una característica personal. En Niños sin etiquetas, los psicólogos Alberto Soler y Concepción Roger nos plantean una guía con consejos y ejemplos para que nuestras hijas e hijos se sacudan de encima los calificativos, y se desarrollen de manera libre y feliz. Hablamos con Soler, autor también de Hijos y padres felices. Cómo disfrutar la crianza (Kailas, 2017) y del videoblog Píldoras de Psicología.

Asignar etiquetas a los niños es una mala costumbre y una injusticia que tenemos extendidísima, ¿no? Realmente, poner etiquetas forma parte del funcionamiento del cerebro. El mundo en el que vivimos es muy complejo, genera una cantidad enorme de información, y el cerebro necesita simplificarla de alguna manera. Y en ese proceso de economía cognitiva es donde surgen las etiquetas, los prejuicios, los estereotipos… Porque ese sistema puede servirnos en algunas ocasiones o para ciertas cosas, pero para otras, es una faena. Por ejemplo, si yo me compro un ordenador de una marca y me sale muy malo, el proceso de economía cognitiva significa olvidarme de esa firma para el futuro, algo que puede o no funcionarme. Pero si ese mismo proceso lo aplicamos a una persona, a las expectativas que tenemos sobre ella, la definición que exprese esa etiqueta va a condicionar su desarrollo.

Una etiqueta se pone rápido pero quitársela de encima cuesta muchísimo. Es otro de los problemas de las etiquetas: cuando a un niño o niña le cae encima una etiqueta, ya no vemos a la persona que está detrás, solo vemos la etiqueta, porque para algo la hemos puesto, por economía cognitiva. Pero es injusto para quien la soporta, que, además, se acaba comportando así como la definen.

Y encima pretendemos que los niños hagan cosas que nosotros no hacemos, porque los tildamos de caprichosos o malcriados cuando lo somos casi todos en esta sociedad consumista. Muchas veces, el comportamiento que observamos en la infancia refleja un intento por adaptarse al contexto que hemos creado las personas mayores; en el caso que mencionas, hiperconsumista, donde se prima la inmediatez. Llevado al extremo, no podemos inflarnos a hamburguesas o cerveza y pretender que los críos coman ensalada y pescado. Es injusto pedírselo, independientemente de que la conducta sea positiva o negativa, beneficiosa o perjudicial. O cambiamos la forma de mostrarnos ante ellos, o lo vamos a tener difícil si queremos que hagan algo distinto.

Una tarea que ha sido históricamente tan natural como criar a los hijos es hoy una auténtica carrera de obstáculos

En el libro también se analiza el dilema de querer que los niños obedezcan, pero, al mismo tiempo, procurar fomentar su espíritu crítico y pensamiento propio. Sí, es complicado porque es una cuestión temporal. Cuando los niños son muy pequeños esperamos que sean obedientes; que cuando su familia les pida algo, lo hagan sin cuestionárselo. Pero cuando se convierten en personas adultas no queremos que tengan una obediencia acrítica, creemos que lo idóneo es que sean asertivos, capaces de rebelarse en circunstancias adversas. Por tanto, son dos estrategias, a largo y corto plazo, que no casan. Cuando en la consulta organizamos talleres con familias, un ejercicio frecuente que hacemos es preguntar a los padres qué características les gustaría que adquirieran sus niños, y una respuesta muy habitual es “que sean obedientes”. Sin embargo, si les preguntamos cómo se imaginan a su hijo en el futuro, nunca mencionan ese comportamiento entre sus ideales.

¿Cree que la generación de los que hoy tienen 30-40 años está infantilizada, y eso tiene consecuencias en su labor como madres y padres? Me costaría afirmar eso, más bien creo lo contrario. También pienso que, si manifestáramos más características de las que muestran los niños, seguramente podríamos ser más felices, y nos liberaríamos de muchos traumas que sufrimos. Lo que sí tengo claro es que vivimos un problema social muy importante: una tarea que ha sido históricamente tan natural como criar a los hijos es hoy una auténtica carrera de obstáculos. Pero no es culpa de las familias, no es que los padres sean más hedonistas ni desprendidos, las trabas tienen que ver con dificultades económicas o la exigencia de largas jornadas laborales. Las cifras cantan: España es el país en el que los hijos se tienen a una edad más tardía, y es uno de los países donde mayor es la distancia entre el número de hijos deseado y el número de hijos que se tienen. Lo cual es tremendo.

La salud emocional de los niños no se está atendiendo a raíz de la crisis de la pandemia

Tras la pandemia, muchos colegios españoles no tienen previsto reanudar su actividad hasta septiembre. ¿Qué retos plantea esto? Por un lado, tenemos el problema sanitario, y no solo se refiere a la salud como ausencia de enfermedad sino también a la salud emocional de los niños, que no se está atendiendo a raíz de la crisis de la pandemia, y por tanto, se están descuidando los derechos de la infancia. Y además, con los niños sin ir a clase se plantea un problema de conciliación. Y lo acabarán pagando no solo ellos sino también las mujeres, porque ellas siempre acaban siendo las más perjudicadas por todos las trabas para conciliar.

En el libro también dedican un epígrafe a la maternidad. Últimamente han surgido muchos movimientos, por ejemplo las Malas madres, que intentan desmitificarla y repensarla. Son movimientos no solo muy útiles sino también necesarios, hay que reconocer que están cumpliendo un papel importante en la denuncia y visibilización de problemas que tenemos. Y lo digo aun sin compartir todo lo que plantean: yo el otro día hablaba con Laura Baena, fundadora de Malas madres, y tenemos puntos de vista distintos en ciertas cosas; por ejemplo en los permisos obligatorios e intransferibles de paternidad que ellas plantean: yo abogo por permisos flexibles que se adapten a cada familia, pero siempre priorizando los permisos de maternidad. Pero su papel es esencial para darles protagonismo a este tipo de debates en la esfera pública. También es muy interesante la plataforma PETRA, a cuyos postulados me acerco más.

A veces nos olvidamos de que la educación es transmitir valores, en parte porque se han acaparado ciertos conceptos desde ideologías más tradicionales

Habláis también en Niños sin etiquetas de la fuerza que tiene el lenguaje a la hora de apuntalar las bases de la discriminación por género, y marcar los ‘posibles’ a los que luego aspiran las niñas y los niños. Por ejemplo, contraponemos princesas o reinas frente a campeones o aventureros. Este tema es tremendo. Si las etiquetas son importantes en general, al asociarse al tema del género se convierten en un arma muy peligrosa. Acaban haciendo mucho daño y debilitando el desarrollo de las criaturas. Y es la base para que luego ocurran cosas muy graves, como que las mujeres cobren en este país, de media, un quince por ciento menos que los hombres por un mismo trabajo; o que apenas alcancen puestos directivos o absorban la mayoría de los contratos a tiempo parcial. Son desequilibrios que hunden sus raíces en la educación y la forma de socializar a niñas y niños, que empiezan por gestos muy sutiles como las palabras que utilizamos para describirlos, y con las que les transmitimos qué esperamos de ellos.

En el fondo, de lo que estamos hablando es de moral, de enfocar la educación con una visión del mundo. Exacto, a veces nos olvidamos de que la educación es transmitir valores, en parte porque se han acaparado  conceptos desde ciertas ideologías más tradicionales, como si la izquierda no valorara a la familia o no tuviera sus propios valores. Pero poco a poco estamos cambiando esa idea. La educación es transmisión de principios, como el valor de la igualdad entre hombres y mujeres, el valor de la solidaridad, el respeto… Hay que transmitir a los niños y niñas desde muy pequeños, y hay que hacerles ver que hay cosas que están mal y cosas que están bien, aunque luego entremos en matices: robar está mal, faltar al respeto está mal…

Pedagógicamente, hay muchas dudas sobre el uso de las notas para evaluar el rendimiento académico.

La mentira está mal, señaláis, aunque pueda estar puntalmente justificada... Claro, transmitamos que es mejor ser sinceros porque mentir no está bien, pero sin frustrarnos: mentir es parte del desarrollo, las niñas y los niños mienten, y la forma de combatirlo es crear un entorno en casa en el que los errores no estén penalizados para que no nos tengan miedo. Porque, si lo están, nos van a temer si se equivocan, van a temer las consecuencias, y van a intentar engañarnos.

Estamos a fin de curso. ¿Hay que premiar o castigar por las notas? Pedagógicamente, hay muchas dudas sobre el uso de las notas para evaluar el rendimiento académico. Pero es que, además, las calificaciones son ya, en sí, un premio o un castigo. Premiar el premio o castigar el castigo es un absurdo enorme. Quizá haya que trabajar un sistema en el que valoremos más el proceso, el darse cuenta, una forma de esfuerzo que no sea apretar en el último momento para salvar el curso, porque así no estamos despertando la curiosidad. Pero bueno, esto se lo dejo a los pedagogos y a los maestros.

Sobre el miedo y la exposición de los niños a contenido inapropiado, recuerdo la polémica por el gran cartel publicitario de Narcos que hubo en la Puerta del Sol, o pienso en la cantidad de horas que pasan en Internet los chavales. Sí, es verdad que tenemos que ser conscientes de los contenidos a los que exponemos a los niños. Sobre aquellos que pueden herirlos existen una serie de regulaciones: horarios protegidos para la infancia, publicidad restrictiva para juegos o sustancias adictivas… Pero, a veces, las familias no somos tan conscientes o estamos tan presentes, y, sobre todo en el terreno audiovisual, acaban expuestos a contenidos que les pueden producir un daño emocional o psicológico. Hay que ser cautos, e intentar que ellos mismos tomen buenas decisiones.