Durante esta pandemia se está repitiendo mucho, sobre todo en redes sociales, eso de que todos parecemos epidemiólogos, a juzgar por el ansia que tenemos de orientar a quienes tienen el poder de decisión en la gestión de la crisis sociosanitaria. Ese impulso hiper opinador no es nuevo, claro, sobre todo desde que Internet nos da acceso a tanta información y proyecta nuestra voz a tantos kilómetros de distancia. Cuando no existe una verdad absoluta, la opinión enriquece la toma de decisiones. Opinamos porque no sabemos, pero no siempre respaldados con datos. Y ahí es donde entra en juego el efecto Dunning-Kruger.

Se trata de locución procedente de la psicología que acuñaron David Dunning y Justin Kruger, investigadores de la Universidad de Cornell (Nueva York, Estados Unidos), en los años 90 del siglo XX. Se utiliza para identificar un sesgo cognitivo por el que ciertas personas con conocimientos o habilidades limitadas en un campo intelectual o social sobreestiman su competencia en esa materia, y, sin miedo ni filtro alguno, se lanzan a opinar sobre ella como si, por el contrario, fueran auténticos premios Nobel. Vamos, son lo que se conoce como cuñados.

Hacía mucho que se tenían indicios de la existencia de este patrón de comportamiento aunque no se definiera científicamente hasta el siglo XX. “La ignorancia engendra más confianza que el conocimiento”, afirmó Charles Darwin. De acuerdo con la Enciclopedia Británica, esta mezcla entre inconsciencia y afán de notoriedad se explica por un “problema en la capacidad cognitiva para reconocer deficiencias en las habilidades personales”, al que pueden venir añadidos prejuicios morales, entre otras cosas.

En su artículo No calificados e ignorantes: cómo las dificultades para reconocer la incompetencia propia conducen a autoevaluaciones infladas (1999), Dunning y Kruger analizaron tanto las habilidades como las autoevaluaciones de cuatro grupos de adultos jóvenes, en tres dominios: el humor, la lógica (razonamiento) y la gramática. Los resultados respaldaron sus predicciones: los encuestados más brillantes creían estar por debajo de la media; los menos dotados estaban convencidos de estar entre los mejores, y los mediocres se veían a sí mismos por encima de los demás.

En concreto, en comparación con compañeros más competentes en esas áreas de conocimiento, "estas personas incompetentes sobreestiman dramáticamente su capacidad y rendimiento en relación con criterios objetivos". Además, son " menos capaces de reconocer la competencia cuando la vean", tanto la propia como la ajena, y serían "menos capaces de comprender su verdadero nivel de desempeño" al compararlo con el de otros.

Para tomar decisiones, quienes responden a este perfil psicológico se basan sobre todo en intuiciones, corazonadas y conspiraciones. Dunning y Kruger matizaron no obstante que el efecto que habían desentrañado no tiene por qué ser constante, es decir, quienes lo han exhibido en un momento concreto no tienen por qué repetirlo en otro, y mucho menos de manera recurrente.

Investigaciones posteriores han ampliado las teorías del Efecto Dunning-Kruger, explorando su incidencia en dominios como los negocios, la medicina y la política. De acuerdo con la Enciclopedia Británica, un estudio publicado en 2018 dedujo que los estadounidenses que saben relativamente poco sobre política y gobierno tienen más probabilidades que otros estadounidenses de sobreestimar sus conocimientos sobre esos temas. Además, según el estudio, esa tendencia se intensifica en contextos partidistas.