Ana Botía, Marta Mármol, Belén Martí y Marina de Remedios forman Mucha Muchacha, una compañía joven de danza que tiene en gira su obra homónima, Mucha Muchacha, el primer espectáculo en “gran formato” de la agrupación. Una obra sobre empoderamiento, determinación, voz, participación, libertad y cooperación.

Un día inexacto de los años veinte, caminado estaban por la madrileña Puerta del Sol Lorca, Dalí, Margarita Manso y Maruja Mallo, cuando decidieron quitarse el sombrero porque «congestionaba las ideas», sin imaginar la reacción agresiva de los viandantes, que consideraron el inocente gesto una ofensiva trasgresión social. La anécdota sirvió más tarde para dar nombre a las sinsombrero, el grupo femenino de relevantes artistas de la Generación del 27 que, a pesar de sus talentos, quedaron relegadas y olvidadas por su condición de mujeres. Investigar sus obras y reivindicar esos nombres fue el propósito inicial de Mucha Muchacha, que derivó rápidamente hacia un colectivo femenino de danza española que hoy trabaja por el empoderamiento, determinación, voz, libertad y cooperación entre mujeres artistas. Se convirtieron así en una suerte de las sinsombrero del siglo XXI.

¿Qué sería el equivalente, hoy, de ese gesto que hicieron Dalí o Maruja Mallo de quitarse el sombrero? Hay muchos equivalentes en el mundo, algunos más evidentes, más visibles que otros que pasan desapercibidos, y ocurren a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta, porque la verdad que vamos por la calle con tanto ansia que no sabemos qué o con quién nos acabamos de cruzar, a no ser que sea tan llamativo que capte nuestra atención. Pero sí, en nuestro día a día ocurren infinitos gestos y movimientos que tienen que ver con lo revolucionario: manifestaciones, movimientos sociales, acciones, publicaciones en Instagram o twitter, que representan pequeños pasos evolutivos sociales; pero también es muy importante el cambio individual, y creemos que es aquí donde empieza la verdadera revolución, con todo aquello que ocurre en la intimidad de cada una. Las Sinsombrero fueron unas rebeldes y unas punkys de su época conscientes de su desigualdad. Supieron empoderarse creativamente en un mundo de hombres y pudieron llegar a expresarse. Ellas empezaron a abrir el cascarón. Nos gusta pensar que podemos hacer lo mismo en el momento en el que estamos ahora, desde nosotras mismas, como mujeres jóvenes en Europa en el siglo XXI. Poder declararnos al mundo siendo fiel a nuestros deseos con todo lo que eso conlleva.

Sois bastantes en la agrupación, ¿cómo os organizáis para trabajar? Desde el principio tuvimos claro que una de las claves del proyecto era el trabajo en grupo, en un sentido horizontal. Siempre hemos creído que así es mucho mejor, incluso que el mundo así es mejor. En una era donde reina lo individual, sentimos que es parte de la reivindicación, de la proyección de lo que nos gustaría. La verdad es que no ha sido tarea fácil. Poco a poco hemos ido haciéndolo mejor. Al final, es un trabajo de escucha y de empatía. Es costoso y más a la hora de ponerlo todo en común y llegar a las decisiones, pero sin duda es mucho más enriquecedor y le da más matices al proyecto. Con el tiempo hemos ido conociéndonos mejor y hemos podido ir repartiendo funciones. Se trata de ver qué puedes ofrecer, dónde eres mejor para que la máquina funcione y si eres feliz haciéndolo. Al final, es importante que todas estemos de acuerdo. Ese quórum final es el que hace que realmente, no haya jerarquías si no un equipo.

En vuestras creaciones, partís de la danza española pero os lanzáis a lo contemporáneo, ¿no? En este sentido, ¿hacéis un trabajo muy experimental? No lo consideramos experimental exactamente. Más bien creemos que hemos encontrado un modo en el que podemos expresarnos. Para poder hacerlo, una de las herramientas fundamentales ha sido abrazar la creación contemporánea, pero siempre desde lo que ya éramos o del lenguaje que dominamos. Cuando empezamos el proyecto, uno de los deseos más fuertes era poder sentirnos nosotras mismas con lo que estábamos haciendo. Buscar una manera de moverse, de estar, de contar en escena... que conectara con quiénes somos en el momento que estamos viviendo. A día de hoy, esa ley sigue vigente en todo momento. Es una especie de guía en lo que creamos. Es como encontrar el derecho a hacer lo que hacemos todo el tiempo. Nos pertenece porque es lo que somos. Para poder hacerlo, necesitamos herramientas diferentes que nos ayuden a seguir ampliando horizontes. En el caso de la obra Mucha Muchacha, bailar una haka, cantar, hablar, el reaggeton, cocinar en escena o desaforar completamente el espacio, son algunos de los mecanismos que ponemos en marcha para conseguirlo.

Tomáis el agotamiento físico como una parte de vuestra interpretación. ¿En qué consiste la técnica? En aguantar, cueste lo que cueste, jajaja. No, en realidad no. Pero un poco sí. La obra Mucha Muchacha va muy al límite desde el principio, y el cansancio aparece pronto. Realmente nos propusimos darle valor a ese agotamiento físico que surgía porqué, no sólo tiene sentido con lo que queremos reflejar en la obra, sino porque sitúa el cuerpo en otro lugar; incluso durante el proceso de creación nos servía para que el cuerpo se mostrara de otra manera, como más vulnerable, para que surgiera en escena otro tipo de materiales que no salen o no se encuentran si el cuerpo no está cansado. El cansancio a veces da lugar a errores, errores y cosas que son muy bellas. También tuvimos que aprender a gestionar el cansancio cuando llega, saber jugarlo para poder llegar al final de la obra. Lo normal en danza es ocultar ese cansancio, hacer como si no estuviera pasando nada, como si lo que estás haciendo no es costoso. Nos parecía bonito jugar a la contraria al menos esta vez. Creemos que humaniza la escena y lleva la interpretación y dramaturgia a otro lugar más interesante. En realidad, no tenemos ninguna técnica concreta ni secreto mágico más allá de entrenarnos bien para que el cuerpo esté preparado y responda bien, quizás la técnica también consiste en eso, en acoger el cansancio y saber jugarlo a nuestro favor. También, en la obra somos cinco mujeres, todo se genera a partir de nosotras, y nos vamos gestionando.

En este sentido, ¿cuánto hay de improvisación en vuestros montajes? El otro día en un coloquio, respondimos a una pregunta que no ocurre nada en la obra que sea improvisado. Las escenas son las que son, y ocurre lo que tiene que ocurrir en cada una, siempre, una y otra vez. Pero al mismo tiempo, aunque haya una estructura fijada, aunque la gran mayoría de los pasos están montados, las canciones que cantamos son las mismas, lo que hablamos y nuestras acciones de alguna manera también están escritas, y todo está coreografiado de principio a fin, hay un componente muy importante que tiene que ver con nuestro estado en la pieza, con habitar la escena desde la verdad. Para nosotras es ahí donde puede entrar la improvisación. Y se nota, porque cuando se hace de manera autómata, no funciona. Es una franja muy frágil que tendremos que ir mimando a lo largo de la gira.

¿Con qué dificultades se encuentra una compañía como la vuestra para desarrollar vuestro arte con profesionalización? Aunque en nuestro caso, hemos sido afortunadas y hemos disfrutado de apoyo institucional hasta el momento para nuestro proyecto, es cierto que desde la perspectiva de la danza, se echa en falta un apoyo más decidido y firme. En general, el desarrollo de las compañías es precario porque no hay respaldo económico suficiente, lo que evita la profesionalización de nuestro oficio, que por otro lado, requiere un enorme esfuerzo de aprendizaje y dedicación, superior a muchas otras carreras y profesiones. Para nosotras, el problema radica en gran parte en el desconocimiento que existe por parte de bastantes cargos que ejercen liderazgo en las instituciones. Nos referimos a que no conocen a fondo la profesión, y por lo tanto, no son conscientes de lo que necesita para desarrollarse y prosperar. También, no es frecuente que el tipo de programaciones en los teatros confíe y dé espacio real a compañías emergentes, muchas de las cuales quedan al margen de las ayudas. “El arte no da de comer”. O no da de comer a una gran parte del sector. Está como muy asumido que un artista para poder llevar a cabo su proyecto tiene que tener otro trabajo como fuente de ingresos. Es como si cualquier trabajador tuviera que tener otro trabajo aparte para poder desempeñar el primero. Trabajar para poder trabajar. Es que es muy loco, hay un desconocimiento absoluto de cómo es y cómo se desarrolla esta profesión. Pensamos mucho en "Una habitación propia" de Virginia Wolf. Nosotras somos bailarinas y creadoras. Hemos estudiado la carrera de danza durante 14 años de nuestra vida...y seguimos estudiando, trabajamos todos los días en la compañía para llevarla adelante y trabajamos fuera de ella para poder mantenernos. Quizá ahí reside la mayor dificultad de todas porque la creación y la interpretación requiere de un estado vital concreto, y si estás permanente cansado y ocupado, es difícil poder trabajar en las condiciones óptimas. Todo es más costoso y quizá no estás siendo todo lo bueno que podrías.

¿Cuántas horas ensayáis al día? Una jornada durante un proceso de creación, puede durar entre 5 y 8 horas diarias.

A todos nos gusta bailar. Pero, ¿se nota en la afición del público español a la danza? La verdad es que no nos educan ni para que gocemos bailando ni para que gocemos viendo bailar. Falta mucho camino por recorrer para poder tener un público de danza asentado en España. Hacen falta políticas culturales sólidas que apuesten por proyectos a largo plazo, para que así se pueda ir integrando realmente en la sociedad. Además, el público que va a ver danza en España es mayormente profesionales de la danza. Nos sentimos muy felices cuando viene a vernos gente que no nos conoce, gente que no pertenece al gremio. Creemos que así estamos más cerca de lo que tendría que ser. Hacer arte para la comunidad y por ende, hacer que sea más colectiva. Intentar, dentro de nuestras posibilidades, hacer el mundo un poco mejor. Pensamos mucho durante nuestro proceso de creación en el público. Cuando pensamos en la humanización de la obra, tiene mucho que ver con eso. Con que la creación no es un acto individualista, sino más bien un posible rito colectivo. Nuestro deseo es que pasen cosas cuando vas al teatro, que la gente sienta que lo que están viendo tiene que ver con ellos, con sus vidas.