Decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano que “la caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba”, mientras que “la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”.

Al margen de las controversias morales que han originado desde siempre la mendicidad y la limosna, una práctica cuyo origen se contempla en los libros canónicos de varias religiones y está integrada en nuestros hábitos sociales, hoy el transeúnte suele pensárselo dos veces antes de dar unas monedas no solo por su poder adquisitivo, sino también por desconfianza. Noticias mediáticas vinculadas a la trata de personas hacen que dudemos de que sean ciertas esas situaciones de necesidad que se nos plantean.

La mendicidad y los ‘sin hogar

Un fenómeno al que se suele asociar la mendicidad es al sinhogarsimo. Pero, ojo, aunque ambos conceptos puedan ser dos caras de la misma moneda, no son sinónimos. La mendicidad es una cosa, y el problema de las personas sin hogar, es otra. La mendicidad supera al fenómeno del sinhogarismo porque es una actividad que supone, para muchas personas, un forma de economía sumergida, y está relacionada con la precariedad y no solo con la carencia de una vivienda.

Lo que es común a las personas sin hogar y a las personas que practican la mendicidad es lo difícil que resulta cuantificar a unas y otras.

Y hasta homogeneizar ambos grupos, porque sus realidades sociales son complejas y variadas, es muy difícil hablar de un único perfil en cada caso.

Con todo, en España, una metodología habitual para calcular a las personas que viven en la calle son los recuentos en albergues, realizados por ONG, ayuntamientos o el INE (Instituto Nacional de Estadística), que, periódicamente, publica una encuesta sobre centros y servicios de atención a personas sin hogar. En su edición de 2012, la más reciente en la que ofrecía tal dato, la encuesta cifraba en 22.938 las personas sin hogar, si bien Fundación RAIS estima que el número ronda las 40.000 personas, porque una parte duerme al raso, no acude a los albergues.

Por otro lado, la encuesta sobre centros y servicios de atención a personas sin hogar que realizó en 2014 el INE, el número medio diario de personas alojadas en centros de atención a personas sin hogar fue de 13.645 en 2014. El 89% de las personas sin hogar pernocta todas las noches en el mismo lugar. El 43,9% ha dormido en alojamientos colectivos (el 43,2% en un albergue o residencia, el 0,5% en centros de acogida a mujeres maltratadas y el 0,2% en centros de ayuda  al  refugiado).  Otro 20,8% ha pernoctado en pisos o pensiones facilitados por una ONG u organismo y el 35,3% restante se ha alojado al margen de la red asistencial existente, bien en espacios públicos (14,9%), alojamientos de fortuna (12,8%) o en pisos ocupados (7,6%).

Mendicidad de personas con hogar

Pero, como decíamos, no todas las personas que ejercen la mendicidad carecen de hogar. “Yo antes dormía en una casa okupa, como varios de los compañeros que piden aquí conmigo.

Desde hace unos meses, vivo en casa de un amigo. Me salen pequeños trabajos de vez en cuando, como pintar casas o repartir folletos de publicidad, pero no es suficiente para pagar un alquiler.

Así que, aquí me tienes, pidiendo. Con lo que saco, como, y le doy algo al colega que me acoge, al que tampoco le va muy bien, pero tiene la suerte de haber heredado la casa de sus padres”. Habla Daniel, una cara habitual, desde hace ocho años, en el grupo que pide dinero en la calle del Postigo de San Martín de Madrid. Daniel se puede englobar en la categoría de parados de larga duración, que, según el criterio de Eurostat (la agencia estadística europea), incluye a aquellas personas que llevan más de doce meses buscando un empleo sin encontrarlo, y cuya tasa, de acuerdo con el INE, se ha elevado en nuestro país, en relación con la población activa total, en 5,2 puntos entre los hombres, y 6,1 puntos en las mujeres.

“Dejé los estudios al cumplir los dieciocho, al terminar un ciclo de formación profesional”, explica Daniel. “Después, pasé dos o tres años tomando malas decisiones, metiéndome en drogas y gastándome los ahorros, sin tomarme en serio ningún trabajo. Mis padres me echaron de casa, y mi familia no quiere saber nada de mí. He perdido prácticamente a todos mis amigos, por lo que no puedo pedir ayuda a nadie. Por lo que yo veo en mi caso y entre la gente con la que me encuentro, sueles echarte a la calle a pedir cuando ya no tienes nadie a quien pedirle ayuda o trabajo”. Dice “no tener ni idea” de si le corresponde alguna ayuda administrativa por la situación en la que está. “Nadie viene a informarme, y yo no sé dónde ir”. ¿Y cuánto suele conseguir, pidiendo, a lo largo de un día? “Es fundamental estar siempre por la misma zona, para despertar confianza, que te conozcan los habituales que pasa por aquí. Mi zona es buena. Pasa mucha gente, así que, en un buen día, puedo recaudar unos diez euros. Te da una persona de cada quince, más o menos. Se nota cuando llega fin de mes. Y nunca falta el que te pega una voz o un tortazo”, denuncia.

Según datos del Observatorio Hatento, una de cada tres personas sin hogar ha sido insultada o ha recibido un trato vejatorio, y una de cada cinco ha sido agredida físicamente. “Según mi experiencia, también a los que mendigamos nos retratan esos datos”, afirma Daniel cuando le mencionamos la estadística.

La trata de personas

Una mediática y preocupante cuestión que desvirtúa el fenómeno de la mendicidad es el de la trata de personas. En los últimos años, se han establecido en Europa redes urbanas que atrapan a las personas, incluso a menores, para que mendiguen no en su propio beneficio, sino en el de otros. En el informe publicado en 2012 por la oficina de la Defensora del Pueblo con el título La trata de seres humanos en España: víctimas invisibles, se lamenta “la facilidad con la que las personas que buscan un trabajo mejor acaban encontrándose en una situación de vulnerabilidad y de trata de seres humanos”.

Confirma que “al menos desde la experiencia judicial nacional, la trata de seres humanos en España tiene que ver esencialmente con esa servidumbre por deudas. No son pocos los casos enjuiciados por nuestros tribunales en que unos inmigrantes (cualquiera que fuera su procedencia) han sido desplazados de su residencia habitual mediante falsas promesas de un buen puesto de trabajo en España, se les ha facilitado toda la cobertura económica necesaria para el transporte y han sido recibidos y alojados en pisos o lugares previamente dispuestos. Es entonces cuando se les comunica que han contraído una descomunal deuda que solo pueden solventar realizando trabajos en condiciones extraordinariamente abusivas e indignas”. El documento también alerta de que “el trabajo forzoso constituye un tema delicado, y los gobiernos se muestran a veces reacios a investigar y reconocer la existencia de este fenómeno dentro de sus fronteras”.

Cómo afrontar la mendicidad

No han sido pocos los ayuntamientos españoles –y europeos y americanos– que han abordado la  mendicidad, al menos en parte, desde el punto de vista de la seguridad ciudadana, aprobando ordenanzas previendo sanciones contra quienes ejercían la mendicidad. Si bien suelen ser medidas antipopulares e incluso contestados por los Tribunales de Justicia, y muchos de ellos han terminado derogándolas, como ha sucedido recientemente en Alicante o Valladolid.

Sin embargo, orgnizaciones como Fundación RAIS ha señalado que favorecer el sinhogarismo, o no solucionar sus problemas, beneficia a quienes utilizan la mendicidad como una estrategia económica basándose en la piedad de la gente, a quienes llegan incluso a dañar físicamente a algunas personas para que den más lástima, para recaudar más dinero. Y se suele lamentar que la respuesta tradicional que se ha ofrecido al sinhogarismo en muchos ayuntamientos, incluidos los españoles, haya sido hasta ahora, en general, medieval, similar a la que se daba en el siglo XVI. Obsoleta.

Además, los albergues no suelen ofrecer soluciones específicas a personas, por ejemplo, enfermas o discapacitadas, que requieren necesidades específicas. Tampoco una dirección física en la que poder recibir documentos administrativos, por ejemplo, y eso no facilita que acudan a administraciones donde les podrían informar sobre prestaciones a las que pueden tener derecho. Además, en general, se trata de centros que solo ofrecen prestación durante el día, lo que obliga a sus usuarios a vagar todo el día por las calles. No es que sean vagabundos voluntariamente, es que no tienen dónde ir y en el albergue no pueden quedarse.

El Modelo Housing First

Fundación RAIS explica en su web que la respuesta que propone sigue un modelo ‘en escalera’, en el que la persona sin hogar tiene que ir superando determinadas etapas teniendo como horizonte el acceso a una vivienda permanente. De la calle al albergue, del albergue al centro de noche, del centro a una pensión…, se trata de un proceso largo y difícil para la persona, que en cualquier momento puede volver a calle y tener que empezar otra vez el camino”.

En la Estrategia Española Integral para Personas Sin Hogar 2015-2020  aprobada recientemente por el Gobierno de España se anuncia que va a proponerse el modelo Housing First como inspiración para las políticas contra el sinhogarismo. Un modelo desarrollado en la década de los noventa  por el psicólogo Sam Tsemberis, de la ONG neoyorkina Pathways to Housing, que parte del Derecho a la Vivienda como principio palanca de todas las políticas públicas para las personas sin hogar.

Así, el Housing First propone ofrecerles a estas un apartamento unipersonal en el que se puedan establecer controles y visitas, y a cuyo mantenimiento el usuario pueda contribuir con parte de sus ingresos.

La seguridad y confianza que supone tener una vivienda generaría mejoras en los hábitos y la vida de las personas antes sin hogar.

La Fundación RAIS lleva ya tiempo basándose en este modelo para su programa HÁBITAT. Es más, RAIS ha evaluado los efectos del modelo, junto con el Centro de Estudios Económicos de la Fundación Tomillo, e indica que, en seis meses, ya se obtienen resultados como recuperar la relación con la familia, sufrir menos discriminación o mejorar las relaciones con las Administraciones Públicas. Además, la fundación indica que el sistema es más barato que un albergue: mientras que una plaza de albergue cuesta de media en España 39,34 euros al día, una vivienda unipersonal de Hábitat –con todo su equipamiento incluido– cuesta 34,01 euros por día.

¿Dar o no a quien nos pide?

Volviendo a la cuestión inicial, ¿debemos o no dar dinero a quien nos lo pide? Sin lugar a dudas, el ejercicio de la limosna, por parte de cualquier ciudadano, constituye un comportamiento solidario individual. Pero resulta que los españoles dan bastante dinero a las ONG: de acuerdo con la Asociación Española de Fundraising, las aportaciones periódicas de los individuos llevan creciendo desde 2011, a pesar de coincidir con una grave situación de crisis económica. Este tipo de colaboración económica supone ya el 36% de los ingresos de las trece entidades que han participado en el Estudio de la Realidad del Socio elaborado por esta asociación. Un dato que contrasta con la continuada caída de la financiación pública, que entre 2014 y 2015 ha resultado ser el 47% de los ingresos de las ONG. Así, los socios se han convertido en uno de los apoyos principales de las ONG, y además es duradero: según este estudio desarrollado por la AEFr, la vida media de colaboración de un socio con su ONG es de 9 años, incluso un 34% supera esa fidelidad a más de 10.