Puede parecer una cuestión menor porque no la vemos, pero los restos de los más de cinco mil cohetes, satélites, telescopios y el resto de artilugios que hemos enviado al espacio han generado miles de toneladas de residuos de toda clase que giran en la órbita terrestre como un gigantesco anillo de chatarra.

Actualmente se calcula que este tipo de basura supera los cien mil objetos y fragmentos de más de un centímetro de grosor. Los que están por debajo de esa medida no se pueden identificar pero estamos hablando de miles de millones de tuercas, tornillos, arandelas y demás piezas de menor tamaño. En cualquier caso unos y otros, convertidos en residuo, generan un tipo de contaminación que no por ignorada resulta menos peligrosa, pues entre esos residuos figuran los que han estado en contacto o contienen material radiactivo.

De todos ellos, la Agencia Espacial Norteamericana (NASA) sólo tiene catalogados cerca de 9.000, que sumarían más de 4.000 toneladas de peso, la mayor parte componentes de satélites y cohetes. Pero no paran de aumentar, según los últimos cálculos a un ritmo superior al 5% anual.

Hay que tener en cuenta que la velocidad estimada a la que orbitan estos objetos puede rondar los 40.000 km/h, por lo que un simple tornillo de acero se puede convertir en una bomba de mano y un tanque vacío de combustible en un potente misil capaz de destruir la EEI por completo y no digamos ya una nave de turismo o transporte espacial. 

Los expertos que analizan este importante problema dan por hecho que la explosión del satélite Kosmos 1275, que se produjo en el año 1981, se debió a la colisión con uno de estos objetos a la deriva. O que el desvío en su órbita experimentado por el Cerise (un satélite militar francés) hace ahora una década lo causó el impacto de un pequeño fragmento del cohete Ariane que había estallado unos años antes.  Como éste, la NASA investiga cerca de 25 casos de accidentes que podrían estar asociados a este tipo de incidentes.

Un simple tornillo de acero se puede convertir en una bomba de mano y un tanque vacío de combustible en un potente misil

La posibilidad de que cualquier desecho espacial llegue a atravesar la atmósfera terrestre y pueda impactar en la superficie del planeta es ciertamente baja. Las altas temperaturas que llegan a coger los objetos cuando se aproximan a nuestro planeta y comienzan a friccionar contra la atmósfera que nos envuelve hacen que se volatilicen casi al instante. Las excepciones sin embargo existen.

En el otoño de 1979 el Skylab colisionó contra la atmósfera terrestre totalmente fuera de control y se disgregó en un montón de objetos de todas las medidas que por fortuna cayeron en su totalidad sobre el océano Índico. No obstante desde el año 1958, se han hallado alrededor de setenta objetos de chatarra espacial en la superficie terrestre. En su mayor parte se trata de piezas y restos de componentes de medida pequeña y mediana pertenecientes a satélites y cohetes lanzados al espacio, pero también se han dado casos de grandes piezas caídas del cielo.

Uno de los casos más espectaculares sucedió en 1.997 cuando un depósito de combustible de un cohete Delta 2, con unas medidas de 1,7 m de ancho por 2,8 de longitud y 270 kg de peso, cayó cerca de un pequeño pueblo de Sudáfrica. Lo más sorprendente de esta noticia es que al año siguiente el otro depósito del mismo cohete, exactamente al que apareció en el poblado africano, cayó del cielo y estuvo a punto de impactar contra una granja de Texas.

Desde el programa de basura espacial de la Agencia Espacial Europea Clean Space alertan que la acumulación de basura en la órbita terrestre no para de crecer, por lo que una de las prioridades de la carrera espacial debería ser ahora retirarla: por seguridad propia y por responsabilidad con las generaciones venideras.