Un grupo de científicos del centro estadounidense de bioética The Hastings Center se han puesto a trabajar en un informe especial en el que analizan “qué significa realmente estar muerto”, atendiendo a criterios biológicos, neurológicos o de funcionamiento del cuerpo humano.

El debate viene de lejos. Se desató a mediados del siglo XX. Entonces, se consideraba como persona fallecida a aquella que no responde y no tiene pulso ni respiración espontánea. Pero, entonces, dos trabajos demostraron la necesidad de un nuevo concepto de muerte: por un lado, la invención de la ventilación mecánica, que permitía mantener la respiración y la circulación sanguínea en el cuerpo de una persona que, de otro modo, habría muerto por la lesión cerebral que le causaría la pérdida de estas funciones vitales. Por otro, el trasplante de órganos, que "generalmente requiere la disponibilidad de órganos 'vivos' de cuerpos considerados 'muertos'", según se explica en el informe. Fue así como se alcanzó la definición de muerte cerebral propuesta en el informe de Harvard de1968. Pero no es un concepto pacífico, y en el informe que ahora se ha lanzado se estudia, en torno a él, el caso de Jahi McMath, una adolescente afroamericana declarada en ese estado en un hospital de California en 2013 que continuó teniendo un desarrollo biológico inesperado durante cuatro años, antes de sufrir un paro cardíaco en 2018.

Así, el trabajo en marcha, que se titula Definición de muerte: trasplante de órganos y el legado de cincuenta años del Informe de Harvard sobre la muerte cerebral, analiza si la muerte ha de definirse en términos estrictamente biológicos, como la incapacidad del cuerpo para mantenerse en marcha con la respiración, la circulación sanguínea y la actividad neurológica, o si el fallecimiento se debe declarar sobre la base de una lesión neurológica grave, incluso cuando las funciones biológicas permanecen intactas. Existe también un enfoque legal, que vincula la muerte al frenazo neurológico irreversible de todas las funciones del cerebro.