Levante la cabeza un momento de su móvil y mire a su alrededor. Cuente cuántas personas están mirando al móvil en ese preciso instante. Seguro que casi todos. Y es el que teléfono móvil ejerce una extraña atracción. Una adicción. Similar a los opiáceos, aseguran ahora los científicos. 

Conexiones cerebrales

La Universidad Estatal de San Francisco acaba de publicar un estudio en el que afirman que la adicción a los teléfonos inteligentes crea conexiones cerebrales muy similares a las que presentan los adictos a sustancias como la heroína o la metadona. 

Eso de saltar sobre el terminal en cuanto vemos que hemos recibido una notificación está directamente relacionado con las áreas cerebrales que el proceso evolutivo ha encargado de los estados de alarma. Antes nos alterábamos con el ataque de un tigre dientes de sable, ahora con un whatsapp de la pareja. 

Los investigadores ha concluido que estamos presos de nuestros instintos aunque no lo parezca. Que los mecanismos de alerta y reacción que nos han convertido en la especie más próspera de la Tierra se han vuelto contra nosotros desde la implantación del teléfono móvil como elemento indispensable de la sociedad. 

Puedo dejarlo cuando quiera

Pero van más allá. Esas conexiones cerebrales similares entre adictos a los móviles y a los opiáceos se van creando poco a poco. El clásico “puedo dejarlo cuando quiera” y que finalmente es un “estoy enganchado”. 

Las conexiones cerebrales alteradas también causan modificaciones en la conducta. Así, los adictos a los móviles pueden sufrir distanciamiento, aislamiento y distorsión de la realidad. En casos más graves, soledad, ansiedad, depresión y otros problemas de relación y conducta. 

Estas ramificaciones pueden ser muy difíciles de cambiar. En etapas precoces del desarrollo pueden suponer alteraciones crónicas que afectarán a la maduración de la corteza cerebral y, consecuentemente, perjudicarán el pleno desempeño de las facultades propias de la edad adulta.